Los hijos e hijas de víctimas de desaparición cargan pesados secretos. Sus familiares optan por ocultarles la verdad para protegerles del sufrimiento y se olvidan de atenderlos porque están dedicados a buscar a los parientes desaparecidos Con el acompañamiento psicosocial, un grupo de infantes de Chihuahua transitó del estigma social y el silencio a la fortaleza de la verdad.
Por Patricia Mayorga*
Anáhuac es un pequeño pueblo al occidente del norteño estado de Chihuahua que tuvo un gran auge industrial hasta finales del siglo XX. Hoy es un campo de batalla más de los grupos que disputan el trasiego de droga en el país. El primer tramo del tren Chepe, que va de la Sierra Tarahumara a Los Mochis, Sinaloa, pasa por aquí.
Una tarde de junio pasado, el silbato del tren anunciaba la caída del día. Un cielo rojo resplandecía frente a una casa de construcción sencilla, con un solo piso y patio, que se distingue por el color azul de su fachada. Es la casa de Alejandro Muñoz, quien nos recibió con su abuela Emma Veleta y su padrastro Albino Cruz, en una improvisada sala en el patio.
Hace nueve años, el 19 de junio de 2011, en esa misma casa, la familia celebraba el Día del Padre. Alrededor de las 6 de la tarde, policías federales y municipales armados irrumpieron en la fiesta. Se llevaron, esposados, a ocho hombres de la familia.
Alejandro Muñoz tenía 9 años. Él narra las escenas de aquel día como si acabaran de suceder: “Recuerdo que estaba aquí parado, en la banqueta. Miré que llegaron unas camionetas y me quedé en shock, me asusté. Salí corriendo como a cinco minutos de la otra casa de donde vivía. Con mi mamá llegué y le dije, pues yo asustado en el momento, le dije que habían matado a mi abuelo y a mis tíos”.
Su abuela, Emma Veleta, vio cómo amenazaron y arrastraron a su esposo Toribio Muñoz González; a sus cuatro hijos, tíos de Alejandro: Jaime, Guadalupe, Óscar y Hugo Muñoz Veleta; a su sobrino Luis Romo; a su yerno, Nemesio Solís González y a su nieto, hermano de Alejandro, Óscar Cruz.
“Haga de cuenta aquí reunidos, aquí en este pedazo estaban todos mis hijos. Mi esposo ya estaba acostado, y mis hijos aquí jugando cuando nos rodearon la sección aquí. ¡Ay Dios mío de mi vida! A los niños les dieron la salida por aquel lado. De aquel lado los sacaron a las dos nietecitas, a este que van a entrevistar ahorita y a otro nietecito que estaban aquí con nosotros”
Emma Veleta, abuela de Alejandro Muñoz
“Mi mamá salió corriendo pa’cá. Y ya, nos dejó con una amiga de ella (…) la amiga de mi mamá nos llevó a su casa y ahí pasamos la noche todos los demás. Nos llevaron pa’allá después de todo lo que pasó”
Alejandro Muñoz Veleta, familiar de víctima de desaparición forzada
Aquella noche, fue la primera que él y su hermano Eduardo durmieron fuera de casa. Los adultos estaban volcados en encontrar a los detenidos.
Los primeros meses, Alejandro se negaba a salir a la calle por temor a que lo robaran. Las pesadillas eran constantes. Extrañaba a su hermano y a su abuelo, a quien amaba como a un papá.
“Fue durante tres meses andar navegando, casa por casa, durmiendo, batallando con los hijos que estaban chiquillos (…) Estaban chiquillos ellos, ya nada más veían la hora del atardecer y ¡vámonos!, no querían estar en la casa. Tenían mucho miedo”, detalla Albino Cruz, padrastro de Alejandro.
Alejandro cuenta la crueldad de sus compañeros de salón que, sin conocer su historia, hacían burla: “Me hacían bullying, que no tenía papá. Seguí hasta que terminé la secundaria, ya no quise ir. Quisiera terminar la prepa abierta, salir adelante”.
En la colonia donde viven, también los vecinos los evitaban, refiere Albino: “Nosotros teníamos una tiendita ahí en la casa, así un tanichito y que le decían: ‘no vayan a esa tiendita, ahí matan’. Y sí, la gente le rodeaba y se iba a otra que está más allá.”
En busca de apoyo y justicia
Desesperada por la sordera de las autoridades, la familia buscó alternativas de ayuda. La encontró en el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (Cedehm) en la ciudad de Chihuahua, organización que desde su origen, en 2006, se especializa en acompañar a mujeres y niñas para que tengan acceso a la justicia. En 2010 comenzó a atender también a familiares de personas desaparecidas.
La familia Muñoz Veleta fue el primer caso de desaparición forzada masiva atendido en el Cedehm. Rossina Uranga, ex coordinadora del área psicológica, recuerda el reto: “Como primera experiencia era muy fuerte para nosotros enfrentarnos a una desaparición múltiple”.
A Rossina Uranga no se le olvida el día que conoció a Emma Veleta, quien entonces rondaba los 60 años: “Era la personificación del dolor, de la tristeza, no hay palabras, no tiene uno, no había palabras para intentar atenuar su dolor”.
Decidido a preparase para atender a las familias de víctimas de desaparición forzada, el equipo del Cedehm pidió apoyo a Ximena Antillón, psicóloga de la organización Fundar, en la ciudad de México, y especialista en acompañamiento psicosocial, un método terapéutico aplicado en contextos de guerra.
Con ella adoptaron y mejoraron el método de acompañamiento psicosocial infantil. Con actividades lúdicas, escritura y conversaciones grupales, les explicaron el contexto en el que se reproduce la violencia y sus causas externas, según la edad de las niñas, niños y adolescentes. los impactos son distintos según la edad.
En días de sesiones las instalaciones del Cedehm parecían una escuela. El equipo de terapeutas pidió a las niñas y niños recién llegados que contaran lo que les ocurrió y lo que sentían. Les pidieron imaginar las razones que los policías habrían tenido para llevarse a su abuelo, a sus papás y parientes.
Los infantes se preguntaban si sus familiares habían provocado el enojo de los policías. Si alguno había hecho algo malo, o si la causa había sido que tenían muy alta la música y ese fue su castigo, como recuerda el terapeuta Alberto Rodríguez.
La sala del Centro se transformó en espacio para la arteterapia, donde los pequeños usaron pinturas de colores, crayolas, hojas, pinceles y lápices. Cada quien decidió cómo dibujar su tragedia. En cada trazo, y compartiendo sus dibujos y hablando de sus significados, fueron desatorando las culpas, las dudas, los miedos.
Entre los recuerdos infantiles aparecieron primero las camionetas en las que llegaron los hombres uniformados, las armas, seguidos de rostros tristes y sangre que plasmaron con colores cargados como sus emociones.
Alejandro, que era apenas un niño, recuerda las reservas que tuvo ante la terapia: “Al principio tenía mucho temor, luego se me fue quitando (…) Nos ponían ahí como un pizarrón, (nos preguntaban) cómo pasaron los hechos, platicábamos con la psicóloga, nos hablaba, nos daba consejos de cómo seguir adelante, con pláticas”.
Andrea Cárdenas estaba encargada del área de psicología infantil y apoyada del equipo, guió a los pequeños para comprender el violento entorno en el que viven y crear condiciones para entender lo que implica la desaparición, la ausencia de sus seres queridos y las reacciones de las autoridades y de la sociedad a esta problemática.
“De pronto, se llevan a todos los hombres de la familia, porque estamos en una estructura patriarcal. ¿Qué representa que ya no va a haber ingresos? Por el contexto en que están, pues son las personas que protegen o que dan entidad a la familia, como hombres”.
Andrea Cárdenas, ex encargada de psicología infantil de CEDHEM
El proceso de atención de los Muñoz Veleta ha sido largo.
“Los hemos acompañado todos estos años porque mientras ellas y ellos no sepan el paradero de sus hijos, no sepan la verdad, hemos aprendido que la justicia no es tan importante. Es la verdad: dónde están sus hijos e hijas, qué hicieron, eso creo que para ellos sería en un momento dado, reparador”.
Rossina Uranga, ex coordinadora del área psicológica
En 2012, cuando Alejandro y su familia avanzaban en su proceso, que los llevaba del diálogo a la acción, en una sesión de terapia surgió la idea de pintar un mural.
El propósito era reforzar la identidad colectiva, darle sentido a lo ocurrido y liberarlos del estigma impuesto por la comunidad. “Entre todos pintamos el mural”, recuerda Alejandro. “Entre todos pintamos una cosa, después otra. Al terminar, cada quien pintó su mano”. Y sí, 14 manos multicolores de adultos y de un niño quedaron como firma de autoría.
El mural está en una pared del Cedehm y muestra tres episodios. En el primero aparecen los ocho hombres de la familia, rodeados por policías apuntándoles con armas largas, y una patrulla al lado. Al fondo está la casa azul de la abuela Emma. En medio, un corazón roto y ensangrentado. Caras infantiles en llanto.
En el segundo episodio plasmaron una paloma blanca con las alas extendidas. Al fondo, la fachada del Cedehm.
En el tercero aparecen en fila los hombres desaparecidos que regresan. El abuelo Toribio, Óscar, el hermano de Alejandro y sus tíos están llegando a casa con otras personas desaparecidas. Les esperan con las manos extendidas. El fondo es un paisaje de campo, como el que rodea a la colonia Anáhuac, con casas, ganado y niños jugando.
“Luego viene esta tercera etapa donde se empiezan a generar estos espacios para la incidencia política, para compartir sentires y pensares, para poner en palabras su dolor”
Andrea Cárdenas, ex encargada de psicológica infantil
El acompañamiento ayuda a sobrellevar la pérdida, pero no todo lo soluciona. “Íbamos saliendo adelante y luego con lo que pasó de mi hermano, recaí”, dice Alejandro, en referencia a la muerte de su hermano Eduardo. “Él me daba consejos y todo, me decía ‘sal adelante de lo de mis tíos’”. Y reconoce: “Me fui pa’abajo otra vez”.
Este texto es un fragmento de la serie “Camino a encontrarles: Historias de búsquedas”. Un proyecto de podcasts y reportajes escritos y coproducidos por A dónde van los desaparecidos, IMER noticias y Quinto Elemento Lab.
*Idaly Ferrá y Jairo Sifuentes colaboraron para la elaboración de este texto.