El gobierno estadounidense ha realizado la mayor inversión en armamento y combate a las guerras de Irak y Afganistán, tras los atentados del 11-S.
Elsy Cerero
En los últimos 20 años, a raíz del atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, el gobierno estadounidense ha gastado más de 14.7 billones de dólares en armamento y en las guerras de Irak y Afganistán.
De acuerdo con un estudio de la Universidad Brown de 2019, además de la compra de armas se asignaron 7.6 billones de dólares a contratistas militares, donde prevaleció la corrupción con contratos que privilegiaron a solo cinco corporaciones: Lockheed Martin, Boeing, General Dynamics, Raytheon y Northrop Grumman.
El estudio menciona que tan sólo el pago de 75 mil millones de dólares en contratos con Lockheed Martin en el año fiscal 2020 es más del presupuesto total para el Departamento de Estado y la Agencia para el Desarrollo Internacional, que totalizó 44 mil millones de dólares ese año.
Los fabricantes de armas han gastado 2.5 mil millones de dólares en cabildeo durante las últimas dos décadas, empleando, en promedio, más de 700 cabilderos por año en los últimos cinco años. Eso es más de uno por cada miembro del Congreso.
Numerosas empresas se aprovecharon de las condiciones de la guerra, que requieren velocidad de entrega y, a menudo, implican una supervisión menos rigurosa, para cobrar de más al gobierno o participar en un fraude total.
En 2011, la Comisión de Contratación en Tiempo de Guerra en Irak y Afganistán estimó que el despilfarro, el fraude y el abuso totalizaron entre 31 mil millones de dólares y 60 mil millones de dólares.
Las estimaciones exageradas de los desafíos militares planteados por China se han convertido en los nuevos argumentos para mantener el presupuesto del Pentágono en niveles históricamente altos, por lo que los contratistas militares seguirán beneficiándose de este gasto inflado, advierte el estudio.
El contratista de reconstrucción y logística más conocido en Irak y Afganistán es Halliburton, a través de su subsidiaria Kellogg, Brown and Root (KBR).
Al comienzo de las dos guerras, Halliburton fue el destinatario del Programa Logístico del Pentágono con un contrato que fue signado con duración indefinida y que implicaba una amplia gama de funciones de apoyo para las tropas en el campo, desde el establecimiento de bases militares hasta mantenimiento de equipos y la prestación de servicios de alimentación y lavandería.
Los contratos se multiplicaron por más de diez entre 2002 y 2006, gracias a la solidez de sus contratos para reconstruir la infraestructura petrolera de Irak y proporcionar apoyo logístico a las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán. Así, en agosto de 2008, la empresa había recibido más de 30 mil millones de dólares.
Fraude, despilfarro y abuso
Algunos ejemplos de despilfarro en Irak y Afganistán dan una idea de cómo el negocio se llevó a cabo durante todo el periodo de guerra. En Irak, uno de los primeros escándalos implicó el sobrecosto del combustible suministrado a las fuerzas estadounidenses por Kellogg, Brown y Root.
En un informe de diciembre de 2003, menos de un año después de la guerra, la Agencia de Auditoría de Contratos de Defensa documentó “decenas de millones” en sobrecostos de KBR.
En la reconstrucción de Irak, grandes firmas estadounidenses como Parsons y Bechtel fueron citadas por trabajo incompleto en decenas de proyectos que involucran desde proyectos de agua hasta construcción de escuelas y clínicas de salud.
Uno de los proyectos consistió en la construcción de una escuela de policía en Bagdad, donde el trabajo de plomería era tan deficiente que las tuberías estallaron, arrojando orina y heces.
Un caso particularmente atroz de trabajo deficiente que tuvo trágicas consecuencias humanas al implicar en la electrocución de al menos dieciocho militares en varias bases en Irak, a partir de 2004, debido a instalaciones defectuosas, algunas de las cuales fueron realizadas por KBR.
El proceso de reconstrucción afgano también proporcionó amplios ejemplos de fraude, despilfarro y abuso. Los ejemplos incluyen un grupo de trabajo económico designado por Estados Unidos que gastó 43 millones de dólares en una gasolinera que nunca se usó, otros 150 millones de dólares en lujosas viviendas y tres millones de dólares para lanchas patrulleras para la policía afgana que nunca fueron usadas.
Una investigación del Congreso estadounidense encontró que una parte significativa de contratos de transporte por valor de dos mil millones de dólares para empresas estadounidenses y afganas, terminaron como sobornos a los señores de la guerra, oficiales de policía o pagos a los talibanes, a veces hasta medio millón de dólares por cada gran convoy de 300 camiones.
Venta de armas como principal fuente de ingresos
La venta de armas se ha convertido en una fuente de ingresos y beneficios cada vez más importante para los principales fabricantes. Estados Unidos ha tenido la mayor parte del mercado mundial de armas durante los últimos 20 años y los acuerdos más lucrativos involucran sistemas como F-16 y F-35 aviones de combate (Lockheed Martin), cazas F-15 y helicópteros de ataque Apache (Boeing), bombas guiadas de precisión y misiles aire-tierra (Raytheon) y sistemas de defensa antimisiles (Raytheon y Lockheed Martin).
El mercado más grande y controvertido de armamento estadounidense en los últimos años ha sido el Medio Oriente, particularmente las ventas a países como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, que han estado involucrados en una guerra devastadora en Yemen, además de alimentar conflictos en otras partes de la región.
Durante la administración de Barack Obama este mercado ascendió a más de 60 mil millones de dólares, donde se incluyó aviones de combate y helicópteros de ataque blindados.