De acuerdo con el Centro Católico Multimedial, la labor altruista de la iglesia incomoda al crímen organizado en las regiones donde operan.
Escucha las voces de sacerdotes y especialistas en este trabajo especial.
Georgina Hernández
Desde 1990, el Centro Católico Multimedial, un espacio que distribuye materiales documentales y noticias sobre la Iglesia de México y el mundo, ha documentado 78 asesinatos en contra de sacerdotes y personal religioso.
Aunque el promedio sería de dos sacerdotes o religiosos asesinados por año, el 85.9 por ciento ocurrieron en el gobierno de Felipe Calderón cuando cerró su sexenio con 25 homicidios.
Con Enrique Peña Nieto los homicidios sumaron 33, mientras que en la actual administración de Andrés Manuel López Obrador se contabilizan al menos nueve.
Sergio Omar Sotelo Aguilar, director del Centro Católico Multimedial, señala que los factores son diversos, desde índole personal hasta pasional.
No obstante, ocho de cada diez ataques ocurrieron a causa del acoso y hostigamiento que ha habido contra la iglesia católica donde el crimen organizado también está involucrado.
“En la mayoría de los asesinatos existe o se dejan ver claros indicios, por ejemplo, hay extorsión. En México, hay por lo menos 850 extorsiones y amenazas de muerte a sacerdotes actualmente.
A muchos de los que asesinaron los extorsionaron, los amenazaron, los levantaron, los torturaron.
El asesinato de por sí ya es algo aberrante y tremendo. Pero a muchos sacerdotes los han asesinado con una saña tremenda y obviamente son rasgos característicos de que detrás de ellos está el crimen organizado”.
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La violencia de la que habla Sotelo se vivió apenas el pasado 24 de mayo en Huandacareo, Michoacán, cuando el sacerdote Javier García Acuña fue asesinado a tiros en su automóvil, un mes después de haber sido asignado a la parroquia de Capacho.
De acuerdo con el Centro Católico Multimedial, en México cada semana se registran entre 24 y 26 agresiones contra instancias, monumentos y templos de la iglesia católica.
Los factores que generan esta violencia
Para Sotelo Aguilar, el papel de estabilizador social que tienen en sus zonas parroquiales como ofrecer servicios médicos, defender derechos humanos y ayudar en crisis, es algo que podría convertirlos en “seres incómodos”.
Sin embargo, el sacerdote jesuita Jorge Atilano González no ve un desencuentro entre iglesia y crimen organizado. Pero, sí considera que la labor de construir comunidad podría incomodar a ciertos líderes criminales.
“Yo creo que todavía hay una cultura religiosa que mira con cierto respeto a la iglesia en la mayoría de las zonas. Más bien hay algunos de las nuevas generaciones de liderazgos que sí se ven estas cuestionados o se sienten amenazados por la vida comunitaria donde está la iglesia y eso hace tener alguna repercusión. Pero no veo yo que exista un enfrentamiento entre crimen organizado e iglesia. No lo veo así”.
En contraste, para Elio Masferrer, antropólogo de las religiones, la explicación de estos crímenes tiene que ver con el derrumbe del nivel de sacralidad que gozaba el oficio del sacerdote, derivada en parte por los escándalos en los que se ve involucrada la Iglesia.
“Durante mucho tiempo la figura del sacerdote fue vista como una figura sagrada y ahora lo que estamos teniendo es que hay una desacralización de la figura del sacerdote. Ya no es el hombre de Dios, e incluso era más, era el representante de Dios en la Tierra. Ahora resulta que es un ciudadano como cualquier otro, susceptible de tener los problemas de cualquier persona”.
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Sin embargo, el jesuita Jorge Atilano pone la descomposición del tejido social que se vive en México como uno de los factores que están alimentando esta problemática.
“Lo que estamos viviendo es el aceleramiento del proceso de individualización de la vida y esto ha llevado a perder el sentido de los límites. Con facilidad se pueda agredir al otro porque la persona así lo cree, así lo piensa. Se siente mal.
Yo creo que es la base de lo que estamos viviendo y que ese individualismo también ha ido llevando a la pérdida de la dimensión sagrada de la vida y que con facilidad se pueda matar, destrozar el cuerpo, exhibir.
Quienes cometen estos daños son personas desvinculadas de su entorno, que han vivido violencia, y quizá se han sentido excluidas”.
Las posibles soluciones
El antropólogo Elio Masferrer coincide que el problema está en cómo las personas que cometen delitos son apartadas de la sociedad.
Por ello, una de las cosas en las que se tiene que trabajar es la reinserción social. También, afirma que en esto la iglesia juega un papel clave por la capacidad de interlocución que tiene con la población.
Aunque reconoce que el país vive una violencia generalizada, considera que la actual estrategia de seguridad es la más adecuada.
“En definitiva es no confrontar y disuadir a estos actores de que continúen en sus acciones antisociales porque muchas de las críticas dejan de lado el concepto de reinserción social.
O sea, el desafío no es andar metiendo presa gente, sino cómo reinsertar a estas personas que han tenido o tienen conductas antisociales en la sociedad. Esa es la clave de todo derecho penal de cualquier país”.
Respecto al actuar de la iglesia, el sacerdote jesuita Jorge Atilano González reitera que el llamado es evaluar la estrategia de seguridad, sobre todo el fortalecimiento de las policías municipales.
“Yo creo que la seguridad se construye entre el Estado y el Estado tiene que ver con la autoridad. Pero, también con la comunidad.
Entonces se necesita tener toda una red basada en la confianza, en la organización, la participación entre Estado y ciudadanía para lograr tener territorios seguros. Yo creo que el Estado se ha visto rebasado por esta situación y no ha podido generar las redes necesarias para construir la seguridad.
No nos imaginamos que como sacerdotes tengamos un guardaespaldas a donde quiera que vayamos”.
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