En Tamaulipas hay un lugar llamado La Bartolina, donde se han encontrado restos óseos que se cuentan por cientos de kilos y los familiares de desaparecidos no se cansan de buscar.
Conoce los testimonios de integrantes de colectivos de búsqueda.
Alondra Reséndiz con la producción de Jorge Jaramillo
Una caravana recorre la carretera federal Matamoros-Playa Bagdad en el estado de Tamaulipas, al noreste de México. Son las 7:00 de la mañana del 23 de agosto de 2021 y los primeros rayos del sol atraviesan los cristales de los 18 vehículos que circulan uno tras otro.
La caravana la integran familiares de personas desaparecidas, elementos de la Comisión Nacional de Búsqueda, de la Fiscalía General de la República, de la Guardia Nacional y del Ejército. Todos se dirigen hacia un mismo destino: el predio conocido como La Bartolina, identificado como un sitio de exterminio, el más reciente conocido en México, pero no el único.
El término “sitio de exterminio” se lo han apropiado los familiares para nombrar los lugares donde las personas son asesinadas de forma masiva y sus cuerpos pulverizados con el fin de no dejar rastro.
En La Bartolina, las autoridades han encontrado media tonelada de restos óseos desde 2017, de acuerdo con los reportes oficiales. Allí, Delia Quiroa y su mamá, Isela Valdez, del colectivo Diez de Marzo, buscan a su hermano Roberto, desaparecido el 10 de marzo del 2014.
Era un lugar bonito
Hoy escenario de búsqueda de desaparecidos, la estampa del lugar es distinta a la de hace algunos años, cuando por la carretera federal pasaban turistas a la playa que está a media hora. Campos verdes y cuerpos de agua resaltan en los videos que muestra Delia. Un lugar bonito, dice.
“Es un lugar natural, es bonito. Si usted ve los videos va a ver cómo está ahí el agua y todo. Pero con lo que ellos hacían ahí, con lo que le hacían a la gente –y en la noche– ya se imaginará. Y en medio de la nada, ahí nadie te escucha, nadie te puede escuchar ahí. La casa más cerca ha de estar como a un kilómetro. Si usted va, se va a dar cuenta que alrededor, como a un kilómetro a la redonda, no hay nada, más que puras parcelas”.
En este lugar que aparece tan tranquilo en las imágenes, han asesinado a personas de manera masiva. Un exterminio perpetrado entre ejidos con sembradíos de sorgo, en medio del Río Bravo y la carretera federal, a media hora de la Playa Bagdad y a 40 minutos de Brownsville, Estados Unidos.
“Son lugares muy escondidos, de muy difícil acceso, ahí no cualquiera puede llegar. De los que yo sé que se han encontrado, o es por un anónimo o ya sea por operativo de la policía, de los soldados, o de los estatales que andan investigando a esa gente, o que se corretean y dan con esos lugares. Son lugares muy solitarios y por lo regular nadie pasa por ahí”.
Como en la guerra
Tan solo de 2009 a 2013, la Comisión Nacional de Búsqueda registró nueve sitios de exterminio en el noreste del país, aunque algunos colectivos de familiares calculan que hay más.
No siempre hubo palabras para este horror. En las leyes no hay una definición de lo que es una fosa común ni mucho menos un sitio de exterminio. Sin embargo, las familias de personas desaparecidas nombran lo que sus ojos han visto.
Un integrante del colectivo Milynali Red comentó a los medios Elefante Blanco y A dónde van los desaparecidos que desde 2012 encontraron lugares a los que llamaron sitios de exterminio porque ya no se les podía llamar solo fosas clandestinas.
En 2016, integrantes del Grupo Víctimas por sus Desaparecidos en Acción (VIDA) reportaron un sitio de exterminio en el pueblo Patrocinio, en la comarca lagunera de Coahuila. Desde entonces circulaba el término “zona de exterminio”, pero el gobierno del ex mandatario Rubén Moreira no aceptó que los hallazgos tuvieran tal dimensión.
Jacobo Dayán, especialista en Derecho Penal Internacional, Justicia Transicional y Derechos Humanos, recuerda que el término tiene sus orígenes en la Segunda Guerra Mundial.
“Existe el término campo de exterminio o zona de exterminio o sitio de exterminio. Zona y sitio de exterminio podrían ser más o menos lo mismo. Campo de exterminio sería un espacio confinado, un espacio cerrado donde ocurre más o menos lo mismo. Existe un consenso de lo que significa, esto viene desde la Segunda Guerra Mundial, donde son espacios cuyo objetivo es el aniquilamiento de personas, el asesinato de personas. Pero bueno, un sitio o una zona de exterminio es aquel lugar en el que las personas son asesinadas y el objetivo del lugar es asesinar personas, llevarlas para ser asesinadas de manera masiva”.
En México existen lugares con esas características, señala Alberto Martos, coordinador de investigación del Observatorio sobre Desaparición e Impunidad.
Y no sólo eso. Los cuerpos que aquí han sido localizados también fueron sometidos a diferentes tratamientos a través de la incineración, químicos u otros agentes que intentan pulverizar o eliminar cualquier tipo de resto para que sea imposible o improbable su identificación.
“Son lugares donde se encuentran restos de personas que probablemente estén reportadas como desaparecidas en grandes cantidades. Se habla mucho de que en los sitios de exterminio la cantidad de restos y de osamentas ya no se cuentan por unidad sino por kilos, entonces eso da una primera imagen, una primera dimensión sobre este tipo de lugares”.
Lo que no se nombra, no existe
El filósofo George Steiner dijo que lo que no se nombra, no existe. Y en el contexto de desaparición forzada, nombrar es fundamental para generar procesos de memoria, verdad y justicia.
Por ejemplo, con la ausencia de una definición en las leyes de lo que es una fosa común o un sitio de exterminio, las fiscalías estatales pueden omitir cifras o registros exactos, bajo el argumento de que no hay claridad legal en el término.
De hecho, fue hace apenas un mes que la titular de la Comisión Nacional de Búsqueda, Karla Quintana, retomó el término públicamente para referirse a La Bartolina.
“Creo que el denominar sitio de exterminio a algo que lo es, no es más que justicia. Y es empezar a, no solo a reconocer lo que han dicho las familias, sino a lo que implica con eso. Y lo dijiste, 2016-2017, el grupo VIDA ya había dicho ‘Patrocinio es esto’ y también si te vas a San Luis Potosí, si te vas Tamaulipas, y ya les hablaba de la señora que levanta la mano en Palacio Nacional y dijo ‘¿qué pasa con esto?’. No sólo eso, sino que lamentablemente ha tenido más eco cuando lo ha dicho una institución. No por esa razón lo dijimos, por supuesto que no. Lo dijimos porque es lo que es”.
Para Jacobo Dayan, cuando se habla de sitios de exterminio se visibiliza la sistematicidad y generalización de una violencia que ya no puede considerarse normal.
“Me parece que nombrarlos de esta manera es tratar de acercarnos un poco desde el lenguaje a nombrar el horror. El horror tiene que ser nombrado y tiene que ser nombrado de la manera en que ocurre. Ya no estamos ante una fosa clandestina, no estamos ante el asesinato de personas, sino que estamos ante el asesinato sistemático de personas”.
Por eso, quienes hoy recorren campos, montes y terrenos baldíos no sólo se dedican a buscar, sino también a nombrar.
El trabajo de prueba y error de esas personas, generalmente mujeres, ha introducido en el vocabulario público aquello que es innombrable, dice Alberto Martos.
“Hoy puede ver uno, o escuchar más bien, en boca de muchas autoridades palabras como “leer la tierra” o “leer la varilla”, o distintas frases o vocablos que refieren a acciones que realizaron o realizan desde hace mucho las familias y que las instituciones ahora están llegando a este campo de las búsquedas, que fue un campo que durante mucho tiempo el Estado dejó abandonado. Pues llegan y se encuentran con un lenguaje estructurado alrededor de las búsquedas, pero que es un lenguaje nativo o es un lenguaje que ha sido creado por las propias familias para nombrar justamente lo innombrable”.
Un lugar donde no queda nada
Regresamos a la Bartolina.
Es jueves 26 de agosto. Durante cuatro días autoridades y familiares han rescatado de la tierra miles de restos óseos.
En una libreta, Delia ha anotado los hallazgos de cada día de la semana: fragmentos óseos chiquitos y quemados, una raíz dental, una corona dental, una amalgama, una gargantilla negra, casquillos, ojivas, más fragmentos óseos quemados, más casquillos oxidados.
Esos son sus registros personales del lunes, martes y miércoles. El jueves llovió muy fuerte y suspendieron la diligencia. Incluso tuvieron que empujar las camionetas para salir del lodo.
Le pregunto a Delia cómo percibe La Bartolina después de esos cuatro días de diligencia. Me contesta:
“Como un lugar donde se le roba la identidad a la gente, un lugar donde no queda nada de nadie. O sea sí es un campo de exterminio, me recuerda mucho a lo que hacía Hitler, que metían en hornos a la gente, que la cremaban y la desaparecían ahí”.
Si hoy no buscara a su hermano, quizás el único recuerdo que Delia tendría de ese lugar sería el haber pasado cerca de allí por la carretera federal cuando su maestra de sexto de primaria la llevó a playa Bagdad para concursar en las olimpiadas del conocimiento.
Eso fue hace 23 años, pero la violencia trastoca lugares y ahora ella ni siquiera vive en Tamaulipas.
Sin embargo, el amor y el deseo de saber la verdad la hacen volver cada cierto tiempo para buscar a Roberto en escenarios que le remiten a una guerra: tambos con hoyos, barras de metal con picos, machetes, olor a gasolina, objetos personales, restos óseos.
“Desde que empezó lo del combate al narco con Felipe Calderón, principalmente, hay una guerra silenciosa en el país. Primero empezó con el combate al crimen organizado y ya después con enfrentamientos entre los mismos grupos. Y luego enfrentamientos de grupos de distintos estados por el control, principalmente en la frontera porque es el paso hacia Estados Unidos”.
No habrá verdad y justicia
Los países y sociedades que han pasado por situaciones de violencia generalizada han empujado Comisiones de la Verdad, recuerda Jacobo Dayán. Ejemplos sobran en América Latina, pero México se ha negado como sociedad y gobierno a esta herramienta.
“Mientras no haya en México una gran Comisión de la Verdad, no habrá verdad y justicia”, enfatiza.
Por ahora, Delia y su mamá sólo buscan una verdad: la que les diga dónde está Roberto. La que confirme si tan sólo uno de los miles de restos óseos que familiares y autoridades levantan por kilos de sitios de exterminio pertenece o no a su hermano.
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