Una de las más grandes y mejores rivalidades deportivas de la historia del boxeo mundial es recordada hoy, 46 años después.
Jorge Villordo
Representaron un clásico de clásicos de pesos pesados. El legendario Muhammad Ali y Joe Frazier hicieron historia y dejaron emociones puras desde su primer combate en 1971, que se llamó “The Fight of the Century” hasta el último “The Thrilla in Manila”, cuatro años más tarde, y que fue la última pelea de estos monstruos del ring por el título mundial.
Ese 1975 fue el epílogo de una trilogía que estaba empatada. Aquel 1 de octubre Ali derrotó a Frazier por nocaut técnico tras 14 asaltos, para retener los títulos de la WBA y del WBC.
Una larga y agotadora pelea
Ali encontró todos los flancos y desató su vendaval a más de 40 grados de temperatura; estaba agotado en su rincón y Frazier, zigzagueante, buscaba su esquina.
Ali era el defensor, manejó a gusto y placer los tres primeros asaltos; se movió, bailó por todo el cuadrilátero. La izquierda en forma de jab y la derecha directa a la cara parecían el camino para retener el cinturón; sin embargo, Frazier, que ya lo había vencido el 8 de marzo de 1971, aguantó la artillería del campeón.
A partir del cuarto asalto encontró en el cuerpo a cuerpo una estrategia fértil para que sus ganchos de izquierda minaran el protagonismo que “The Greatest” había mostrado y que lo pusieron con la entereza de su oponente, contra las cuerdas.
El cansancio de ambos fue notorio en el último tramo del combate por ese golpe por golpe en el que se habían trenzado. Para que el campeón pudiera conservar el cinturón, debía, una vez más, mostrar por qué era el más grande de todos los púgiles de la época y demostrar que no fue casualidad su victoria por puntos del 28 de enero de 1974 en el Madison Square Garden de Nueva York.
Esa batalla le aseguraría la oportunidad contra el campeón mundial George Foreman, quien había golpeado previamente a Frazier un año antes, fue la velada “The Rumble in the Jungle”.
Cuerpo a cuerpo
La campana volvió a sonar. Ali y Frazier siguieron trenzados y haciendo disfrutar al público, cuerpo a cuerpo, ofensiva y contraofensiva, dar y recibir; pero un upper cambió todo: “Smokin” Joe tenía las piernas inestables, voló el protector y de inmediato las combinaciones de golpes llovieron y la campana sonó para la visita a un asilo efímero de minutos para recuperarse.
En la recta final, Frazier conectó certero gancho de izquierda en el undécimo que dejó temblando a “The Greatest”, quien se recuperó bien en las tres rondas que siguieron, aunque le esperaba un dramático cierre.
Frazier tenía el rostro maltrecho, Ali respiraba agitado, intentaba sacarse los guantes como si cargara unas piedras y no los aguantaba.
Sonó la campan. “Smokin” Joe ya no veía y Ali lo buscaba. Estaba tan fatigado que ya no se veían los extraordinarios movimientos laterales que lo alejó del gancho izquierdo de Frazier. Previo a la última llamada estaban cansados y se desplomaron en sus esquinas.
Eddie Futch, manager de Frazier, le explicó que nadie jamás olvidaría lo que había hecho esa noche y que era hora de tirar la toalla porque un round más sería una eternidad.
Sobre la transpirada lona del ring, Ali fue empujado a ponerse de pie y a levantar los brazos. La batalla de Manila terminaba. Ali y Frazier escribieron una de las mejores páginas en la historia del boxeo, pero esa noche le pertenecía a uno solo, al mejor.
Cartel de “The Trhilla in Manilla”.