Su cultivo ilícito sigue dejando ganancias a pequeñas comunidades rurales en el país.
Cecilia Farfán-Méndez, en entrevista con Elia Baltazar.
IMER Noticias
El cultivo de amapola, como negocio ilícito, tiene varias caras en México y lo que hizo un equipo multidisciplinario de periodistas, investigadores, académicos y organizaciones sociales fue analizar cada una de ellas para darles forma en “Proyecto Amapola”.
La investigación que duró más de un año muestra una situación paradójica: zonas rurales mexicanas sin rutas de acceso ni servicio de transporte interconectadas a nivel internacional en un negocio lucrativo con el que han aprendido a subsistir.
El equipo se trasladó a comunidades de Guerrero, Nayarit, Sinaloa y Durango para entender cómo viven inmersos en una economía y cómo se regulan esos mercados y cuáles son también los vínculos entre las economías ilícitas y lícitas.
Por ejemplo, hallaron que en Sinaloa el cultivo de la amapola se realiza a la par que se producen alimentos para todo el país y para la exportación.
“No solamente es importante hablar de la amapola en México, sino también cuáles son nuestras diferencias; por ejemplo, Sinaloa, cuando hablamos de ese estado normalmente pensamos en violencia, pero rara vez también pensamos que Sinaloa es uno de los productores más importantes de alimentos a nivel país y esto significa que Sinaloa en general ofrece un contexto de oportunidad para las economías ilícitas mucho mayor que lo que ofrecen estados como Guerrero y Nayarit, es decir, el simple hecho de estar en un contexto donde los negocios ilícitos tienen más ventaja también le dan más ventaja a las economías lícitas”.
Así lo explica, Cecilia Farfán-Méndez, coautora de esta investigación, quien asegura que debe cambiar la narrativa en México de que los pobres, por ser pobres, se dedican a este negocio ilícito como única alternativa de subsistencia.
“Uno de los puntos fundamentales que nosotros queremos compartir es que estos lugares que se dedican al cultivo de amapola no son los lugares donde se reciben las grandes ganancias vinculadas con mercados ilícitos de drogas; para empezar queremos que haya un cambio en la narrativa y justamente cuando pensemos en los mercados ilícitos y en particular en la amapola y en la heroína es realmente abandonar esas historias de narcos, que son atajos intelectuales, pero nos sirven de muy poco para realmente entender lo que ocurre en estas comunidades”.
Al analizar cómo operan estas comunidades rurales en el entorno de un negocio ilícito, el equipo encontró que tienen un buen ingreso por kilo de goma de opio, unos 1,600 pesos aproximadamente, que la pandemia no las afectó y que mantienen una relación compleja con figuras de autoridad, como las Fuerzas Armadas, que destruyen los cultivos pero que, a la vez, saben dónde se cultiva la amapola y cuáles son las comunidades involucradas.
“Lo que encontramos es que son muy capitalistas, son gente que le vende a un intermediario, pero si tú tuviste algún problema con tu cultivo nadie más te va a ayudar ni te va a dar parte de su ingreso, es decir, como cada familia o cada grupo cultiva su propia amapola y la goma que extraen la venden a un intermediario, quien a su vez tiene una relación con otro intermediario y en general estos actores no se conocen a lo largo de la cadena, sino que cada uno tiene simplemente el conocimiento de quien es la persona con la que está interactuando de manera inmediata pero no quiénes son todas las partes”.
Esta investigación ha sido publicada en la Revista Espejo y puede ser leída completamente dándole clic AQUÍ.