Conformada por ocho pueblos, la nación yaqui del sur de Sonora mantiene una historia de lucha y supervivencia.
Elsy Cerero
Cuenta la leyenda que en tiempos antiguos, la región yaqui vivió una intensa sequía. Los ojos de agua se secaron, las rocas se carbonizaron y el suelo ardía debido a la escasez. Los ocho pueblos sufrían de una insaciable sed. Sus líderes principales, muy sedientos entonces, decidieron intentar comunicarse con Yuku, el dios de la lluvia. El noble gorrión, capaz de surcar los inmensos cielos con su incesante aleteo, fue el primer elegido para llevar el mensaje a Yuku y ante su presencia exclamó:
–He venido en nombre de los ocho pueblos a pedirte el favor de tu lluvia.
A lo que el dios respondió:
– Con gusto. Vete sin preocupación y dile a tus jefes que muy pronto habrá lluvia.
(Tomado de Paisajes Encantados: Memoria, sentido de lugar e identidad en la narrativa Yaqui)
Supervivencia de una nación
El pueblo yaqui ha sobrevivido en su defensa de autonomía desde la Conquista española, evangelización, una deportación masiva en la dictadura porfirista y una burocracia estatal que había impedido durante décadas la falta de entrega de territorios prometidos.
De acuerdo con estudios realizados por especialistas como Ignacio Almada, Héctor Díaz Polanco y Alfonso Fabila, la autonomía yaqui se puede entender como la capacidad que tiene el pueblo yoeme de autogobernarse de acuerdo con su sistema tradicional, dentro de un territorio reconocido como propio, tanto al interior como al exterior de la comunidad, y sobre el cual tiene total injerencia para su administración que involucra a un sistema de gobierno tradicional propio.
Una difícil tarea para la tribu yaqui ha sido promover su desarrollo económico. El proyecto más importante es construir la autonomía y regularizar legalmente la propiedad comunal del territorio con el fin de consolidar su forma de vida como lo marca la lu’uturia yo’owe «gran verdad».
Sin embargo, los yaquis al igual que otros grupos étnicos se ubican y contextualizan en un largo proceso de aceleración del capitalismo, en el que los grupos indígenas han visto con justa preocupación la intervención de la economía global en sus territorios, sobre todo porque ello significa el desplazamiento de sus culturas, el deterioro de sus recursos y el extremo empobrecimiento de sus miembros.
La tribu yaqui no está exenta de este proceso, ha continuado una lucha ancestral por mantener su territorio, aunque eso no los ha eximido de experimentar modificaciones en sus proyectos autonómicos.
Por el contrario, los planes de desarrollo nacionales promovidos en diferentes periodos históricos han condicionado muchas de las prácticas del pueblo yaqui y han influido de manera determinante en la composición actual de su organización sociopolítica y en sus límites territoriales.
Los ocho pueblos
El territorio yaqui se organiza tradicionalmente en ocho pueblos, todos fundados por los misioneros jesuitas en el siglo XVII: Cócorit, Bácum, Tórim, Vícam, Pótam, Rahum, Huírivis y Belén.
Tienen solo una sede de gobierno, situada en Vícam, la cabecera de la nación yaqui, protegida por su propio sistema de seguridad, conocido como Guardia Tradicional.
Asimismo, cada pueblo cuenta con una iglesia en la que se congregan diferentes organizaciones que constituyen la ritualidad yaqui: la comunila, las cantoras, los matachines, entre otros.
La organización social en sus diferentes niveles y sectores debe cumplir normativas que en su conjunto son conocidas como «la gran verdad», en lengua yaqui llamada lu’uturia ‘verdad’, yo’owe ‘grande-¨viejo‘.
La lu’uturia yo’owe podría ser interpretada como un sistema de verdades que guían la forma en que debe comportarse una persona durante su vida, tales como preservar la costumbre, pagar las mandas, casarse por la iglesia, cumplir los cargos, ser honrado, hablar con la verdad, ser justo, ayudar al prójimo y defender el territorio.
También el modo en que uno debe relacionarse con los otros, como compartir los alimentos, colaborar en las fiestas, mirar por el bien común, no acaparar la tierra, recoger a las huérfanos, respetar a los ancianos, proteger a las mujeres y a los niños, respetar a las autoridades tradicionales, participar en las asambleas y la forma en que debe darse continuidad a las creencias religiosas, al sistema de gobierno y de impartición de justicia, así como cumplir las normas que reproducen la ritualidad.
Para los yaquis el cumplimiento de la «gran verdad» tiene como fin la sana convivencia de todos sus miembros, el que nadie del grupo quede desprotegido de sus recursos de subsistencia, el mantenimiento de la organización familiar, la conservación de la cultura, la preservación del territorio y las relaciones de reciprocidad con sus entidades anímicas (seres divinos).
Se esperaría que al cumplirse esta existiera una manera adecuada, digna y feliz de vivir.
Bandera de la nación yaqui de Sonora.
Te recomendamos:
AMLO pide perdón a yaquis, restituye tierras y anuncia obras