Esta información fue originalmente publicada en The Conversation por José-Francisco Jiménez-Díaz, profesor Titular de Ciencia Política y de la Administración, Universidad Pablo de Olavide
El tiempo presente se caracteriza por la confluencia de diversas crisis: estas producen cambios sistémicos en las sociedades y en las formas de convivencia sociopolítica. En efecto, debido a las transformaciones derivadas de las crisis, los procesos de socialización se producen en un contexto de mayor complejidad, incertidumbre, interdependencia y volatilidad.
A la crisis sanitaria mundial provocada por la pandemia de la Covid-19, se unen otras crisis globales, como la crisis climática, la crisis alimentaria, la crisis de la educación, la crisis económica-financiera de 2007-2008, la crisis de la deuda soberana, la crisis social y la crisis política-institucional de las democracias.
Me gustaría reflexionar sobre esta última crisis examinando tres sentimientos predominantes en el presente: aislamiento, desconfianza e individualismo.
El paradigma de pensamiento político de la razón ilustrada excluyó el espacio de los sentimientos en la teoría política moderna. Recientemente, desde la Teoría Política y la Ciencia Política, se ha reconocido la importancia de las emociones para conocer y comprender importantes fenómenos que afectan a la esfera política, tales como el populismo, la crisis de representación, el declive de los partidos, el descenso de la participación política y el aumento de la abstención electoral.
Me gustaría reflexionar brevemente acerca de los sentimientos citados.
1. El aislamiento
Quizá el aislamiento sea el sentimiento más complicado y paradójico de analizar en las sociedades contemporáneas. Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), la acción de “aislar”, en su segunda acepción, significa “apartar a alguien de la comunicación y trato con los demás”.
Desde hace varias décadas, vivimos en una sociedad red globalizada, tejida y configurada por las tecnologías de la información, continuamente interconectada y comunicada, pero en la que cada vez más personas viven solas y/o aisladas.
El aumento de los hogares unipersonales en las sociedades occidentales es una evidencia del aislamiento social, sobre todo en personas de edad avanzada.
La despoblación de la España vaciada, que concentra gran parte del sector primario, también representa otro ejemplo de aislamiento social.
Una cuestión relevante es hasta qué punto la sociedad red nos permite entablar acciones comunes con otros seres humanos o si, por el contrario, el manejo constante de información nos aísla más de la comunidad en la que vivimos e incluso pone en peligro las libertades cívicas. A este respecto, el pensador Byung-Chul Han ha indicado lo siguiente:
“El socio deja paso al solo. Lo que caracteriza la actual constitución social no es la multitud, sino más bien la soledad (…) Esa constitución está inmersa en una decadencia general de lo común y lo comunitario. Desaparece la solidaridad”.
En efecto, pese a estar más conectados que nunca, existe el riesgo de estar más aislados que en el pasado. La soledad y el aislamiento social son dos de los problemas más relevantes que han de abordar las sociedades actuales.
Ejemplos significativos de ello son las adicciones causadas por las nuevas tecnologías y la reclusión social de los denominados hikikomori. Se trata de personas solitarias, retiradas del contacto social y que no salen de casa durante años. Aunque se creía que este último problema solo afectaba a Japón, se ha desarrollado por el resto del mundo.
2. La desconfianza
Por su parte, la desconfianza hacia la política y los líderes públicos se ha extendido por diversas democracias occidentales. En España, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), desde 2008 la desconfianza en las instituciones y en los liderazgos políticos aumentó aceleradamente.
Sin embargo, varios estudios han señalado que dicha desconfianza no creció uniformemente en toda Europa, sino que fueron las democracias del sur afectadas por la Gran Recesión, tales como España, Portugal y Grecia, los países que experimentaron un descenso de la confianza institucional.
En cualquier caso, la creciente desconfianza en la política lleva a plantearse otra cuestión: ¿con qué grado de desconfianza popular es posible gobernar democráticamente una sociedad? Desde la Ciencia Política las respuestas son claras: existe cierto acuerdo acerca de que la confianza política es saludable para la democracia.
Algunos estudiosos exponen que altos niveles de confianza en los líderes políticos, los partidos políticos y las instituciones políticas son sinónimos de calidad democrática.
Otros expertos afirman que la confianza política es un valioso activo para el funcionamiento y desempeño de las instituciones políticas en una sociedad democrática. Se ha mostrado que la confianza política se relaciona con el deseo de la ciudadanía de cumplir con las obligaciones sociopolíticas, así como con el cumplimento de las normas públicas.
3. El individualismo
Aunque el individualismo surge con el desarrollo del Estado liberal, pues este promovió la autonomía e independencia ciudadana, la intensificación del primero afecta negativamente al desenvolvimiento político-democrático. Alexis de Tocqueville (1805-1859) fue quien mejor y más pronto supo ver este problema político:
“El individualismo es un sentimiento reflexivo y apacible que induce a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a mantenerse aparte con su familia y sus amigos (…) El egoísmo seca la fuente de las virtudes; el individualismo, al principio, sólo ciega la de las virtudes públicas; pero a la larga ataca y destruye todas las otras, y acaba encerrándose en el egoísmo (…) El individualismo es propio de las democracias, y amenaza con desarrollarse a medida que las condiciones se igualen”.
Una situación de repliegue individualista, a juicio de Tocqueville, vivió la cambiante sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, la sociedad estadounidense, que alcanzó la democracia sin grandes revoluciones, adoptó instituciones sociopolíticas para frenar el individualismo. Tales instituciones fueron las asociaciones civiles, la prensa, la religión y la tolerancia religiosa.
El problema es que estas instituciones, que podían frenar al individualismo hace dos siglos, han sido colonizadas por las lógicas económicas y políticas de la globalizada sociedad red. Cabe preguntarse: ¿qué instituciones pueden contener el individualismo en las democracias del siglo XXI?
Lo distintivo de las actuales democracias es su alta complejidad y, por ello, los paradigmas de pensamiento unidimensionales, concretamente los enfoques basados en la razón ilustrada, que podían ser pertinentes para pensar la democracia en el marco de una sociedad más simple, ya no son muy apropiados.
Es necesario pensar la democracia en el marco de la complejidad e incertidumbre, señas de nuestro tiempo, pero sin olvidar la guía racional. La difícil tarea de pensar las ideas claves de la democracia y de la política –libertad, igualdad, pluralidad y justicia– no puede obviar los sentimientos que embargan a las ciudadanías del tiempo presente. Estos sentimientos condicionan las vidas, los comportamientos y creencias de los votantes actuales.
Continuemos con esta reflexión.