Ante la pérdida de un hijo o hija, las mujeres deben recibir apoyo y herramientas para superar lo vivido, más no recibir violencia obstétrica.
Escucha el especial con la producción de José Luis Plascencia.
Natalia Matamoros
La violencia obstétrica es uno de los capítulos más invisibilizados dentro de las distintas formas de violencia hacia las mujeres.
Se manifiesta no solo en comentarios denigrantes, sino también en procedimientos realizados sin consentimiento, desinformación, retrasos injustificados en la atención, regaños que deshumanizan el dolor y decisiones médicas que pasan por encima de la autonomía de las pacientes.
En México, esta práctica persiste entre pasillos saturados, personal poco capacitado para lidiar con estas situaciones y falta de infraestructura. El panorama se agrava cuando, además del maltrato, estos episodios llevan consigo una pérdida gestacional, en la que el duelo suele enfrentarse sin acompañamiento institucional o sin información de lo ocurrido.
Ese es el caso de Diana Guzmán. Ella no tuvo complicaciones hasta la semana 33 de su embarazo, cuando notó que su bebé había disminuido sus movimientos.
Fue a consulta para saber si había algún problema y, en respuesta, recibió trato hostil por parte del personal médico. Además, pasó horas en espera de un ultrasonido y otras tantas para tener a su hija, a través de una cesárea.
“Una doctora muy violenta me dice que cómo es posible que les haga perder el tiempo cuando la bebé sí se estaba moviendo. A la hora que me estaba haciendo el ultrasonido me dice: ‘¿cómo es posible que nos quieras hacer perder el tiempo y que quieras ocupar un quirófano cuando tu bebé está bien?, se está moviendo’.
Yo sentía que la bebé físicamente no se movía y ella fue una de las mujeres más violentas en la atención cuando me dijo así cómo era posible que quisiera ocupar un quirófano y que fuera una mentirosa, además porque la bebé sí se estaba moviendo”.
Su hija murió en su vientre y en ese momento, no hubo explicación sobre la causa del deceso. Tampoco pudo despedirse de ella.
“Nadie me dijo: ‘Oye, puedes estar en los servicios funerarios de tu hija’. Hoy toda la información que sé, que pude haber hecho, pues en ese momento nadie me la dijo.
Nadie me dijo: ‘Oye, puedes pedir tu acta voluntaria para que puedas estar en esos servicios’, para poderla despedir. Nadie me dijo: ‘Puedes tomarle una foto, las huellas de los piecitos’. Nadie me dio opción de nada”.
Un año después de lo ocurrido, Daniela entabló una demanda en contra del personal que la atendió, pero no prosperó. Los responsables no pagaron, no hubo reparación integral del daño.
Frente a la impunidad y el dolor, comenzó a hurgar en Internet sobre grupos de apoyo donde pudiera compartir su experiencia con otras mujeres que también atravesaron situaciones similares.
Y, así, conseguir herramientas para sobrellevar la pérdida.
Red de apoyo ante muerte gestacional
Fue así como encontró la “Red de apoyo ante muerte gestacional y niñez temprana“, un espacio en el que se les permite a las madres reunirse para llorar y drenar el dolor de la pérdida.
Lo anterior, a través de reuniones periódicas en las que cuentan sus historias y llevan consigo las ropitas de los bebés que murieron antes y después del parto, así como fotos de los ultrasonidos.
En esos encuentros, muchas pudieron darse cuenta de que fueron violentadas. Ante ello, recibieron orientación sobre procedimientos legales para hacerle frente al maltrato obstétrico y sobrellevar el duelo.
“Si estos grupos no existieran, mi salud mental hubiese estado en un lugar más complejo del que estuvo, porque yo llegué y me sentí arropada, acompañada y sostenida. Yo dije: ‘Este es mi lugar’.
No solo llegas como la gente dice que los grupos de apoyo son solo para ir a llorar. Sí, y llorar ayuda muchísimo, pero también te dan herramientas que puedes llevarte a casa como los libros, las películas, te invitan a foros”.
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Grupos de apoyo para sobrellevar el duelo
Estos espacios comunitarios permiten trazar un camino hacia la reparación y la memoria. Allí las mujeres recuperan el derecho a nombrar lo que vivieron, a sostenerse mutuamente y a construir narrativas donde el silencio deje de ser la regla.
Estos grupos no solo sirven como contención emocional o para buscar justicia en casos como el de Daniela. Son plataformas de resistencia, de incidencia pública para exigir protocolos humanizados en los hospitales y capacitación con perspectiva de género para el personal de salud.
Así lo contó Mónica Eca, coordinadora de esta red de apoyo:
“Los estudiantes nos han compartido que no abordan el tema de la violencia obstétrica en sus planes de estudio y tampoco abordan el tema de cómo ellos pueden manejar estos casos cuando se presenta la muerte gestacional y perinatal.
No hay una materia o capacitación al respecto y desde ahí se viene arrastrando esta violencia”.
La denuncia pública de Mónica no solo es el eco de Daniela y de otras integrantes del grupo, proviene de su propia experiencia. Ella relató a IMER Noticias que tuvo problemas para concebir. Se sometió a varios tratamientos para quedar embarazada y en uno de esos intentos, lo logró.
Sin embargo, poco antes de dar a luz, no sintió los movimientos de su pequeño cuando su médico confirmó que no había latidos.
Después de que el personal médico extrajo sin vida a su bebé, Mónica fue trasladada a una habitación cercana con otras madres cuyos hijos habían nacido sin complicaciones.
Para ella, estar allí resultaba una verdadera tortura: mientras aquellas mujeres celebraban la llegada de sus bebés, ella enfrentaba el dolor de despedirse del suyo.
“Fue muy doloroso porque a pesar de que estuve en un hospital privado, viví lo mismo que muchas mujeres en hospitales públicos que las tienen en una sala con otras mamás con sus bebés vivos.
Y también noté que el personal no sabía lo que había pasado. En los cambios de turno, era preguntarme cómo estaba el bebé y yo les tenía que notificar y se daban cuenta hasta que leían el expediente que tenía al lado de la cama”.
A ella tampoco le explicaron qué era un óbito, conocido como la muerte intrauterina de un feto. Ella pensó que se trataba de una enfermedad que había matado a su bebé.
Tampoco el personal médico le explicó a Mónica que debía someterse a un tratamiento para dejar de producir leche. La omisión de información también constituye una forma de violencia.
“Consideré como una falta de respeto el hecho de que no me explicaran bien el procedimiento, cuál fue la causa de la muerte de mi bebé.
En el expediente decía ‘óbito’ y yo no sabía que era, yo pensé que tenía una enfermedad que se llamaba óbito y no era así. Óbito es cuando muere un bebé, pero no te lo explican, no te dicen nada”.
Respaldo jurídico
Según datos del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), 1 de cada 3 mujeres en México sufre de violencia obstétrica durante y después del parto.
Por lo general, estas agresiones son silenciadas o normalizadas, lo que provoca que muchos casos no se denuncien y queden impunes.
Para Ximena Mendoza, abogada de GIRE, solo a través de estos grupos de apoyo y de acompañamiento se pueden visibilizar los casos de omisión, malos tratos, procedimientos inadecuados y falta de atención oportuna.
La idea es trabajar para reprocesar el trauma y brindar respaldo jurídico para que las víctimas no abandonen sus luchas en el proceso de búsqueda de justicia.
“El poder abonar a la no impunidad y a que cada vez más mujeres puedan identificar la violencia que vivieron, puedan generar herramientas para enfrentarlas, para reprocesarlas y, en caso de que lo decidan, acceder a la justicia que es muy relevante porque, aunque sea un caso individual, suma a que no se repita en otros casos”.
Cada historia compartida, cada abrazo en un círculo de duelo, cada carpeta de investigación que se inicia, es un acto de resistencia porque nombrar la violencia es ya una forma de romperla.
Y en esa resistencia, las mujeres que la han vivido están levantando un legado: el de recordarnos que sus cuerpos importan, sus decisiones importan y sus hijos, los que llegaron y los que no, merecen una memoria digna.
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