A diario las mujeres reciben comentarios, conductas y actitudes de violencia, prácticas conocidas como “micromachismos”, que refuerzan la desigualdad de género.
Escucha nuestro especial con producción de Jorge Jaramillo.
Hazel Zamora
¿Llamas “niñas” a tus compañeras de trabajo? ¿Les explicas temas en los que ellas son expertas? ¿Las interrumpes en reuniones, ya sean laborales, familiares o escolares? ¿Consideras que las tareas de cuidado son responsabilidad exclusiva de las mujeres? ¿Las cuestionas sobre su vida sexual o les exiges comportarse de manera “femenina”?
Estos comportamientos y comentarios se conocen como micromachismos. Aunque pueden parecer inofensivos o incluso invisibles en el día a día, perpetúan la posición de dominio de los hombres sobre las mujeres.
Así lo explica el especialista en masculinidades del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM, Isaac Ali Siles Bárcenas.
“Esta violencia se ejerce con la intención de reafirmar el estado de cosas, en el que una vez más, lo masculino está colocado por encima de lo femenino y lo femenino ocupa una posición subordinada”.
La periodista feminista, Lizbeth Ortiz Acevedo, sostiene que estas prácticas no son sutiles sino más bien profundamente arraigadas en la sociedad y son reproducidas tanto por hombres como por mujeres.
“El problema que son toleradas, entonces cuando podemos mirar violencias y poder definirlas, identificarlas como la violencia física, la violencia sexual, que es fácilmente perceptible, le podemos poner un concepto.
A quienes no tenemos esta perspectiva de género, pues no alcanzan a mirarla, no alcanzan a conceptualizar, no alcanzan a entenderla y la seguimos reproduciendo”.
Del micromachismo a las violencias cotidianas
El psicoterapeuta argentino Luis Bonino introdujo en 1990 el término micromachismo para describir las prácticas machistas que minan la autonomía de las mujeres en las relaciones de pareja heterosexuales.
“Les llamó micro pensando en la idea de que son como un microorganismo que de tan pequeño que es, pues no se alcanza a ver a simple vista, pasa desapercibido, pero que tiene efectos reales y algunos de ellos muy devastadores”.
Desde los feminismos se ha criticado el término “micro” porque sugiere que estos actos son menores, a pesar de ser la base de formas más amplias de violencia contra las mujeres, señala Patricia Piñones Vázquez, maestra y secretaria de Proyectos Estratégicos del CIEG.
“A veces pensamos que solamente las expresiones más extremas de la violencia son aquellas a las cuales tenemos que atender: la violencia sexual, la violación, el abuso y el feminicidio y cuando hablamos de estas formas de violencia extrema no debemos, no podemos, omitir que tuvieron su origen en otras formas de ejercicios de poder que tuvieron que ver con la violencia emocional, con la psicológica, hasta económica”.
Por ello, proponen hablar de violencias cotidianas, ya que se trata de una problemática social que permea en distintas esferas sociales.
Solo en 2021 la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) indicó que 7 de cada 10 mujeres de 15 años o más han experimentado en su vida al menos una situación de violencia psicológica, física, sexual, económica, patrimonial o de discriminación.
Identificar los micromachismos
El lenguaje es una de las principales formas en las que se manifiesta el micromachismo, señala el doctor Ali Siles.
“Cómo nos referimos, calificamos o describimos ciertas conductas y ciertas otras. Una muy clásica, es la de recurrir a estereotipos para hacer humor con ellos, las famosas bromas o chistes que son machistas o misóginos”.
Existen otras prácticas catalogadas, por ejemplo, el mansplaining, que ocurre cuando un hombre, de forma condescendiente, explica algo que una mujer ya conoce o domina. O el maninterrupting, que consiste en interrumpirlas mientras hablan.
Ambas prácticas se basan en la creencia de que la razón y el conocimiento son únicos de los hombres, acota la maestra Patricia Piñones.
“La idea en esta práctica de socialización basada en este ideal tradicional de la masculinidad [identifica] a los hombres como autónomos, como dueños de la razón y en este sentido identificada la mujer como este lugar de inferior, al servicio del ser no para sí, sino del ser para otros, no de autonomía sino de dependencia y desde este lugar en un espacio de la emoción, más que de la razón”.
La periodista especializada en temas de género Lizbeth Ortiz sostiene que las tareas de cuidado, como cocinar, limpiar y mantener a la familia, suelen considerarse responsabilidad exclusiva de las mujeres. Esto constituye otro ejemplo de micromachismos.
“En casa puede ser que le dicen a la niña, a la adolescente, a la mujer, ‘sírvele a tu hermano’, ‘sírvele de comer’, ‘calienta la comida a tu papá’. Porque seguimos reproduciendo un estereotipo de género, seguimos reproduciendo que las mujeres somos responsables del cuidado de todas las y los integrantes de la familia”.
Los ejemplos de micromachismos son numerosos, al igual que sus impactos. La maestra Patricia Piñones menciona que estas violencias cotidianas tienen repercusiones profundas en la vida de las personas, afectando distintos aspectos de su vida, desde las relaciones personales hasta el ámbito laboral y social.
“Hay efectos desde las disfunciones familiares hasta la baja autoestima, muchas veces la irritabilidad, la molestia sin tener muy claro, cuál es el problema, porque no se entiende, ni siquiera ni desde el lado de las mujeres que está pasando”.
Erradicar los micromachismos una tarea de todas las personas
Un primer paso para eliminar estas violencias cotidianas que atentan contra la dignidad y derechos de las personas es identificarlos.
Lizbeth Ortiz apunta que es importante que los hombres reconozcan su posición de privilegio dado por el sistema patriarcal.
“Es el primer paso reconocerlo una vez que reconoces cuáles son y a partir de eso, pues empieza a trabajar en ellos, empieza a desprenderte de esta capa pegajosa con la que nos fueron criando todas las instituciones y nos enseñaron dolorosamente”.
El doctor Ali Siles recuerda que desde los estudios de género también se han propuesto la construcción de nuevas masculinidades. Es decir, desmontar las estructuras que condicionan el comportamiento de los hombres desde una posición de superioridad.
“Si queremos tener sociedades más igualitarias, más democráticas, inclusive en términos de género, tenemos que dejar de pensar y, sobre todo, dejar de actuar de maneras que reafirman esa jerarquía y esa subordinación hacia ciertos grupos, como insisto en particular las mujeres, pero también incluso otras formas de masculinidad, no heterosexuales o no binarias”.
Ali Siles indica que también hay una responsabilidad del Estado, por ejemplo, en las labores de cuidado en las que son necesarias reformas para que los permisos de paternidad sean igualitarios a las mujeres.
Sin embargo, la periodista Lizbeth Ortiz señala que los esfuerzos por transformar las masculinidades siguen siendo insuficientes en comparación con las grandes movilizaciones sociales que han emprendido las mujeres para construir formas igualitarias de relacionarnos.
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Más allá de ser aliados o sensibilizados necesitamos hombres que realmente le den la espalda al patriarcado les den la espalda a ese orden político que los construye como seres violentos, dominantes, que pueden incluso arrebatarle la vida a través de la violencia a una mujer”.
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