Este artículo fue originalmente publicado en The Conversation por Alexander Koch, candidato a doctorado en Geografía Física, UCL; Chris Brierley Profesor asociado de geografía, UCL; Mark Maslin, Profesor de Ciencias del Sistema Terrestre, UCL; y Simon Lewis, Profesor de Ciencia del Cambio Global en la Universidad de Leeds y UCL
Cuando en Europa aún estaba comenzando el Renacimiento, América ya albergaba imperios con más de 60 millones de habitantes. En 1492 cambió el rumbo de la historia: las primeras expediciones desde Europa exportaron al continente americano enfermedades que arrasaron con la población nativa y debilitaron la agricultura de tal manera que, incluso, enfriaron el clima planetario.
Los investigadores llevan décadas tratando de averiguar el número aproximado de personas que vivían en el norte, el centro y el sur de América cuando llegó Colón. A diferencia de Europa y China, no se conservan registros anteriores a 1492 sobre el tamaño de las sociedades indígenas.
Para reconstruir las cifras, los expertos se apoyan principalmente en los testimonios de los primeros viajeros europeos y en las encomiendas, los tributos que los nativos americanos debían pagar a los colonizadores tras establecer estos su gobierno. Sin embargo, este sistema de impuestos fue decretado después de que las epidemias europeas asolaran las Américas, por lo que no nos ofrece datos reales sobre la extensión de las poblaciones precolombinas.
Es muy probable que los primeros colonos europeos engordaran las cuentas sobre el tamaño de la población y de los asentamientos para conseguir más inversiones por parte de sus patrocinadores. Rechazado el relato de los conquistadores, a principios del pasado siglo se publicó una estimación extremadamente baja de la población nativa tras la merma producida por las enfermedades importadas.
Por otra parte, la evaluación de la cantidad de población indígena obligada a pagar tributos o las estadísticas de individuos fallecidos, por ejemplo, se tradujeron en estimaciones sorprendentemente altas.
El reciente estudio que hemos llevado a cabo pretende arrojar luz sobre las poblaciones precolombinas y su impacto en el entorno. Si repasamos las estimaciones publicadas acerca del número de habitantes de todo el continente americano, podemos establecer una cifra cercana a los 60 millones de personas en el año 1492. Para que nos hagamos una idea, la población europea en ese mismo año se situaba en una horquilla entre los 70 y los 88 millones, repartidos en menos de la mitad del espacio.
La Gran Mortandad
La extensa población nativa precolombina se mantenía básicamente gracias a la agricultura. Las evidencias arqueológicas nos muestran la existencia, ya por entonces, de las prácticas de tala y quema de árboles, bancales, grandes montículos de tierra realizados por el hombre y jardines situados junto a los hogares.
Teniendo en cuenta la cantidad de terreno necesaria para abastecer a una sola persona, las cifras poblacionales pueden ser extraídas examinando las áreas que, con certeza, sabemos que eran explotadas por el hombre.
Descubrimos que la agricultura (o cualquier otro uso que le proporcionaran los indígenas) ocupaba el 10% de la extensión terrestre del continente en la época en que Colón llegó a América. En Europa y China, por ejemplo, hasta ese momento se habían utilizado el 23% y el 20% de las tierras, respectivamente.
Todo cambió en las décadas posteriores a la llegada de los europeos a la isla de La Española (ahora Haití y República Dominicana) en 1492 y al continente algo más tarde. Los colonizadores navegaron el Atlántico llevando consigo epidemias como el sarampión, la viruela, la gripe o la peste bubónica, que ocasionaron consecuencias devastadoras para las poblaciones indígenas.
Las nuevas estimaciones que hemos realizado, basadas en los datos de los que disponemos, arrojan una cifra espeluznante: a comienzos del siglo XVII, el número de fallecidos alcanzó los 56 millones, es decir, el 90% de la población precolombina, o lo que es lo mismo, alrededor del 10% de la población mundial de la época. Los números estimados convierten a este suceso, conocido como la Gran Mortandad (no confundir con la extinción masiva del Pérmico-Triásico), en el segundo evento más mortífero de la historia de la humanidad en proporción a la población mundial, tan solo superado por la Segunda Guerra Mundial, en la que 80 millones de personas (el 3% de la población mundial en ese momento) perdieron la vida.
La sobrecogedora cifra del 90% de mortalidad tras la colonización supera a la producida por plagas como la peste negra, que aniquiló al 30% de la población europea.
Una de las posibles explicaciones se podría encontrar en el sistema inmunitario de los indígenas, que llevaban 13.000 años aislados de las poblaciones eurásicas y africanas, por lo que las olas epidémicas les afectaron en mayor medida.
Hasta la llegada de los colonizadores, los nativos americanos nunca habían entrado en contacto con agentes patógenos de tal magnitud. La “impermeabilización” de los virus hasta ese momento dio lugar a lo que se dio en llamar epidemias de “suelo virgen”: si no morían víctimas de la viruela, lo hacían por la subsiguiente ola de gripe, y los que sobrevivían a ambas no podían superar el sarampión. Las guerras, las hambrunas y las atrocidades cometidas por los conquistadores hicieron el resto durante la Gran Mortandad.
Consecuencias globales
Esta tragedia, de dimensiones sobrehumanas, hizo que los campos y los bosques no tuvieran trabajadores suficientes. Sin la intervención del hombre, los parajes que hasta ese momento habían sido manipulados volvieron a su estado natural, lo que hizo posible que volvieran a absorber el carbono de la atmósfera. El alcance de esta reforestación fue considerable: eliminó tal cantidad de CO₂ que enfrió el planeta.
La bajada de las temperaturas supuso la retroalimentación del ciclo del carbono, que eliminó aún más CO₂ de la atmósfera y liberó una menor cantidad de la tierra. Este fenómeno explica la bajada de los niveles de CO₂ observada en los polos antárticos en 1610, lo que resuelve el enigma del breve enfriamiento del planeta durante esos años. A lo largo de ese período, los inviernos fueron inclementes y los veranos demasiado fríos, produciendo hambrunas y revueltas desde Europa hasta Japón.
La Edad Moderna comenzó con una catástrofe de proporciones casi inimaginables. Sin embargo, supuso el primer contacto de América con el resto del mundo, dando paso a una nueva era.
Es ahora cuando tenemos un mayor conocimiento acerca del tamaño de las poblaciones nativas precolombinas y de su casi completa desaparición debido a la Gran Mortandad provocada por las enfermedades introducidas por los europeos.
También sabemos más sobre las acciones humanas que produjeron una caída del CO₂ que enfrió el planeta mucho antes de que las civilizaciones modernas tuvieran siquiera consciencia del cambio climático.
En cualquier caso, un acontecimiento tan dramático como el ocurrido hace más de 500 años no ayudaría a reducir el calentamiento global actual. La reforestación sin precedentes de la América del siglo XVII condujo a la reducción de cinco partes por millón de CO₂ de la atmósfera, es decir, tan solo tres años de emisiones de combustibles fósiles. Se puede decir con total seguridad que la repoblación de los bosques apenas marcaría la diferencia.