Los migrantes que recibe el albergue Casa del Sagrado Corazón coinciden en que México es la peor ruta para el proceso migratorio.
Escucha este especial con producción de René Garza.
Jennifer Olvera
El padre Rafael García, de la congregación jesuita, espera en la entrada de la iglesia del Sagrado Corazón. Invita a pasar y advierte que el calor adentro es insoportable.
La parroquia, pintada de verde menta y blanco, fue fundada en 1893 en el Segundo Barrio, en Texas, uno de los principales puertos de entrada a Estados Unidos desde México desde hace años. Por esa razón es conocido como la Isla Ellis del suroeste o como la otra Isla Ellis.
En 2022, cuenta el padre, hubo un gran flujo migratorio en el Segundo Barrio, especialmente desde Venezuela. Todos los albergues de la zona estaban saturados y, alrededor de ellos, más de mil personas buscaban un refugio.
Era 12 de diciembre. Como cada año, en la iglesia del Sagrado Corazón festejaban a la Virgen de Guadalupe mientras tomaban champurrado. Afuera, el frío alcanzaba temperaturas bajo cero y cientos de personas migrantes pedían entrar.
Después de la misa, el padre Rafael García tomó una decisión: el gimnasio del antiguo colegio del edificio se convertiría en un albergue.
“Yo anuncié y dije: ‘Mañana, 13 de diciembre, esto se va a llamar la Casa del Sagrado Corazón. Va a ser un albergue’. Abrimos sin nada de preparación. Buscamos voluntarios para esa noche, para cocinar. La primera noche tuvimos 50 personas. Fue un tiempo de mucho estrés y de mucha confianza en Dios, y lanzarse a hacer lo que teníamos que hacer como iglesia”.
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Durante los siguientes meses, siete días a la semana, atendieron hasta 200 personas por noche. Ofrecían baños calientes, comida y colchones para descansar. Al otro día debían vaciar el gimnasio y prepararlo para la siguiente jornada.
Las vecinas y vecinos de las comunidades locales son quienes, generalmente, donan comida, ropa, dinero y sostienen a los albergues. Se ofrecen como voluntarias y asumen responsabilidades de cuidado de personas migrantes.
“Los primeros meses fue todo gracias a donaciones privadas. La gente llegaba aquí con todo tipo de necesidades. Personas venían a veces heridas porque habían brincado el cerco, personas con niños muy pequeños, hasta de brazos, mujeres embarazadas, personas que venían heridas, enfermas, con gripe. Muchas veces teníamos que llamar al 911 para que vinieran los paramédicos.
Poco a poco lo hemos ido organizando. Ha sido un esfuerzo impresionante. La comunidad de El Paso ha sido muy abierta. La población de El Paso es mayormente de México, méxico-americana. Se identifican. Sus familias pasaron por lo mismo”.
Un año después, en 2023, la Casa del Sagrado Corazón recibió fondos federales para pagar a sus empleados, electricidad y otros servicios.
Aunque los recursos todavía son limitados, el albergue sigue abierto siete días a la semana y el padre Rafael continúa escuchando los testimonios de 20, 30, 50 migrantes que llegan, quienes coinciden en una cosa: México es la peor ruta para el proceso migratorio.
“Nos cuentan de lo difícil que es pasar por el Darién. Hemos tenido personas en muletas o mujeres embarazadas que han venido por todo el Darién. Nos dicen que la parte más difícil es cruzar México por el crimen organizado, la corrupción. Es un país largo, inmenso. Muchas veces nos dicen: ‘No. El Darién era malo, pero preferimos el Darién a cruzar México’.
Muchas veces hasta la policía local los extorsiona, el crimen organizado que no los dejan acercarse al cerco a menos que paguen tanta cantidad, secuestros. Sabemos de muchas personas que no llegan, que son devueltas. 60% o más de mujeres son violadas en el camino. Hay mucha corrupción. La gente se aprovecha del migrante”.
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Hay mucho ruido y eco en el viejo gimnasio. Dos paredes están tapizadas de dibujos de niñas y niños que han estado ahí. “Dios nos ama”, “Soy tal como Dios me creó. Sano. Completo”, “Gracias por todo, Sagrado Corazón”, se lee en algunos de ellos. Algunos han pintado botes, representando su paso por la selva del Darién, entre Colombia y Panamá.
Un par de bebés lloran. Niños corren y juegan. Algunas personas salen de bañarse y se acuestan en colchones. Otras ven televisión o platican.
Estela tiene 73 años. Sale de bañarse y se sienta en un catre a cepillarse el cabello y ponerse crema en los brazos. Llegó ocho días atrás, luego de obtener su cita a través de la aplicación CBP One para solicitar asilo en el país.
Cuenta que estudió Radiología y trabajó de su profesión por muchos años. En 2023 vendió todo y salió de su Colombia a México, porque su hijo la abandonó.
“Me dijo que no, que no podían hacerse cargo de mí porque yo ya estaba muy mayor, estaba muy vieja. Me enfermaba y ya no tenía para medicina. No tenían para ellos, mucho menos iban a tener para mí”.
Estela trabajó limpiando casas y cocinas. Vivió nueve meses en una residencia con otras personas migrantes, quienes la convencieron de irse a Estados Unidos.
En la Casa del Sagrado Corazón conoció a una familia que la “adoptó” y ahora la llama abuela. En pocos días viajarán a Chicago a buscar un lugar para vivir. Los pasajes ya están pagados y Estela afirma que tiene mucha energía para seguir trabajando.
“Ahora yo me siento en familia. Yo le estaba diciendo a una amiga mía: ‘primera vez en mi vida que yo me siento que tengo una familia, que somos unidos”.
Dos Darién o un México
Hace dos años, Luis cruzó el Tapón del Darién, una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo por la que cada año miles de personas migrantes intentan llegar de Sudamérica a Estados Unidos.
Caminó 11 días consecutivos junto a su esposa embarazada y sus dos hijos. En ese trayecto húmedo y pantanoso, con montañas irregulares, ríos e insectos, les robaron el dinero y se enfermaron.
“Mi hijo de dos años pegaba gritos cuando yo me caía. Pero bueno, salí de Venezuela por trabajar con el gobierno y no quise apoyar más nunca al gobierno, y salí. Dije: ‘yo no le voy a dar esta educación a mis hijos’. Y salí por ello. Ayudé a muchas personas en el Darién y me apoyaron también. Dios estuvo conmigo.
También en ese momento estaba Oriel Ortega Benitez, director de Senafront. Me ayudó en dos ocasiones. Me ayudó a mí. Me sacaron de una playa con los guardias, porque tenía un problema en el pie y mi esposa ya embarazada. Nos sacaron en lancha de ahí. Anachucuna se llamaba la playa. Y de ahí seguí, seguí, seguimos, pero me agarró una bacteria en el estómago a mí y a mis hijos por tomar agua del río. Te puedes imaginar tantas cosas”.
Según cifras del Servicio Nacional de Migración (SNM) de Panamá, de enero a julio de este año más de 200 mil personas transitaron por esa selva.
“A veces a los migrantes les preguntamos que qué prefieren ellos, un Darién o dos Darién y un México, o un Darién y un México y ellos a veces dicen que prefieren un Darién o dos Darién y no un México.
México con el secuestro, la extorsión, porque los devuelven, los devuelven. Ahorita la ruta que le dicen Acandí ya es como más fácil que por donde yo me metí, que es comenzando la selva. En ese momento que pasé no estaban los alambrados”.
Actualmente, Luis es el encargado del albergue del Instituto Fronterizo Esperanza. Un conocido iba a recibirlo en Estados Unidos, sin embargo, cuando llegó al país, él le dijo que se había mudado a Panamá.
Luis decidió trabajar como voluntario en el albergue y, ahora, como encargado del lugar, admite que no estaba en sus planes quedarse; escuchar los testimonios de las personas que llegan todos los días u orientar a aquellas que piensan migrar desde Venezuela a Estados Unidos, a quienes les advierte que el Darién no es una ruta para un migrante.
La estrategia del dolor
Dylan Corbett es el director ejecutivo del Instituto Fronterizo Esperanza, una organización no gubernamental que investiga los impactos de las leyes migratorias en El Paso y Ciudad Juárez desde 2014.
Para él, Estados Unidos ha implementado una “estrategia del dolor” a falta de una estrategia real para atender el fenómeno migratorio.
“Estados Unidos tiene un complejo de políticas muy complicado. Pero en realidad es una estrategia muy cruda. Como país tenemos dos posturas que todavía no se han conciliado: una postura es de acoger al migrante porque somos un país que recibe muchos migrantes. Tenemos una capacidad económica, social para acoger e integrar a muchísimas personas de otros países. Pero tenemos otra dimensión de nuestra identidad: rechazar al migrante. Tiene una dimensión racial que se nota, sobre todo aquí en la frontera. Hay toda una historia de racismo, de subordinación. Esa historia todavía pesa mucho sobre las políticas.
Se está politizando muchísimo el tema y los estados están tomando la iniciativa, por motivos políticos, seguramente, pero hay un vacío. El estado de Texas ahorita está desplegando todo un ejército en la frontera para gestionar el tema de la migración. El gobierno de Biden no hace nada. La única estrategia es una estrategia de dolor. Algunos gobiernos de la izquierda miden ese dolor. Los gobiernos de la derecha implementan una muy dolorosa: la separación familiar, la detención, la deportación, a otros lugares de la frontera, a otros países, la separación de la pareja, la muerte. No se confundan, la muerte es parte de la estrategia. Es una política de disuasión. Algunos gobiernos aumentan mucho el volumen y otros moderan un poco, pero es la misma estrategia: dolor”.
Dylan concluye que, a pesar de la tecnología y de la infraestructura implementadas por el gobierno de Estados Unidos, la migración no se detendrá.
“Lo que hemos aprendido es que, a pesar de toda esa infraestructura y de todas esas políticas que detienen, que deportan, etcétera, siguen llegando los migrantes. A pesar de todo siguen llegando. Aun con la muerte, con la separación de familias. No vamos a parar la migración. El perfil cambia, los países de origen; las necesidades son económicas, a veces son a raíz del cambio climático. Cambian, evolucionan. Pero siguen llegando”.
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