El biólogo Luis Espinosa pasó años tratando de entender por qué veía a miles de zarapitos en la isla de Chiloé durante el verano y prácticamente ninguno en invierno.
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IMER Noticias, con información de Michelle Carrere / Mongabay Latyam
Las aves, lo que representan y lo que simbolizan, motivó a Luis Espinosa Gallegillos a cambiar el estudio de los insectos por las aves.
Cuando estaba en la universidad, el ahora biólogo, logró uno de los registros de insectos más amplios de la Novena Región de Chile, pero algo no le satisfacía por completo de esa labor.
«Pensaba que ese insecto tendría que haber continuado volando, viviendo, y que cumpliera su ciclo normal. Entonces hice un cambio y qué mejor que las aves que representan esos años de joven, los ideales de libertad, de volar por donde ellos quieran. Me quedé estudiándolas a ellas.»
El ave migratoria al que dedicó su investigación
Después de varios años, Espinosa se volvió uno de los ornitólogos más destacados de Chile y practicaba el oficio al mismo tiempo que se dedicaba a dar clases en colegios y escuelas.
Pero una ave llamó su atención: el zarapito de pico recto. Durante varios veranos, admiraba a miles de ellas pasar por la isla de Chilóe. Pero tan pronto llegaba el invierno aquel espectáculo terminaba. ¿A dónde se iban?
«Me di el trabajo de consultar amigos en toda la costa del Océano Pacífico desde Canadá, Estados Unidos, México, Centroamérica, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y prácticamente nadie lo veía en gran parte del año. Algunos tenían algunos registros que fueron anotados científicamente, pero realmente no eran resultados muy contundentes.»
La intriga que le había dejado esa ausencia temporal del zarapito de pico recto lo llevó a la búsqueda de respuestas. Pero en sus primeros intentos, fracasó.
«Hice una vez un intento con éxito de marcar un zarapito de pico recto y le puse un anillo con las reglas que tenemos para hacer ese trabajo, pero nadie lo vio en alguna parte de América, porque no está en otro lugar del mundo. Nunca más supimos de él.»
La ruta del zarapito
Hace cuatro años, las investigaciones de Espinosa encontraron una ruta hacia las respuestas que por años había buscado. Uno de sus amigos pudo costear un transmisor satelital del tamaño del zarapito.
Lo había visto en especies como el albatros, en la Antártida, que hacían posible seguir sus viajes. Sin embargo, el peso de los dispositivos entonces era demasiado para el ave que deseaba investigar.
«Tuvimos paciencia y esperamos hasta que existiera el transmisor satelital que es una pequeña plataforma de casi de un centímetro, con una antena de unos 15 centímetros de largo y un panel solar para cargarlo. Lo instalamos a seis zarapitos. […] Se coloca como si fuera una mochila. Las alas quedan descubiertas, extendidas y los tirantes, que son de un material muy especial y liviano, se adosan al resto del cuerpo y se amarran de una manera bien segura.»
A través de ese dispositivo, el biólogo logró el hallazgo con el que siente haber coronado su vida como investigador de aves.
«Los zarapitos que marcamos partieron a comienzos de abril su viaje y volaron, sin detenerse, desde Chiloé hasta Houston, Texas. Fueron prácticamente unos 7000 o 7500 kilómetros sin detenerse y lo hicieron en cinco días, un poquito más. Uno de ellos salió atrasado porque hubo un temporal a comienzo de abril que con toda seguridad no le permitió volar. Pero apenas descampó ese temporal, voló e hizo el viaje en un poco más de cuatro días.»
En su recorrido, las aves únicamente pasaron por un lugar cercano a la tierra, una localidad llamada Maullín, al sur de Chile. La ruta de su vuelo incluyó pasar por las islas Galápagos y Centroamérica, hasta que finalmente llegaron hasta Houston.
Después, se detuvieron, probablemente para tomar alimento y continuaron su camino hacia Canadá, para finalmente quedarse en Alaska para iniciar su anidamiento. El trayecto duró dos meses.
«Me atrevo a decir que fuimos los primeros del mundo en tener ese registro tan directo. Pero no es para una cosa de alabarse, sino para estar contentos. He sabido que algunos investigadores hicieron lo mismo el año pasado y también vieron lo mismo. Incluso uno de esos zarapitos voló más de ocho mil kilómetros sin detenerse.»
Espinosa recuerda que este hallazgo le tomó años. Años de caminata, con sus binoculares y su telescopio en la mano, entre lodo y lluvia, con hambre. Finalmente, lo logró desde su escritorio sin mover un solo dedo.
Las experiencias previas con aves migratorias como el fío, asentada en el bosque de Chilóe, y su observación cotidiana de la golondrina chilena trazaron el viaje de Espinosa en la investigación del zarapito al que acompaña en su viaje año con año.
«Yo tengo un poco de corazón y cerebro en este trabajo. Soy riguroso con lo que es científico, pero no dejo de hacer funcionar también el corazón.»