Esta información fue originalmente publicada en The Conversation por Antonio G. Pisabarro, catedrático de Microbiología, Departamento de Ciencias de la Salud, Instituto de Investigación Multidisciplinar en Biología Aplicada, Universidad Pública de Navarra y Denisse Patricia Rivera de la Torre, docente en Salud Pública y Epidemiología en la Universidad de Sonora, Universidad de Sonora.
¿Recuerdan qué era la vida normal? De repente, nos hemos visto sumergidos en un mundo peligroso en el que invisibles virus transmitidos por el aire nos amenazan cuando nos encontramos con amigos, cuando tocamos algún objeto o cuando entramos en los locales donde solíamos consumir.
Miramos con suspicacia a las personas que no nos parecen suficientemente prudentes. Sin embargo, en nuestra vida anterior nos movíamos libremente sin mascarillas y nos saludábamos dándonos la mano. Nos abrazábamos y besábamos, compartíamos objetos y vivíamos cerca los unos de los otros.
Si nos hubieran preguntado sobre la distancia social, habríamos pensado en comportamientos huraños, clasistas o, incluso, racistas. Pero, en ningún caso habríamos hablado de estar a más un metro y medio de distancia de los demás cada día.
Un año y medio de pandemia nos ha llevado a pensar que éramos irresponsables y que dábamos demasiadas oportunidades a la naturaleza para que se vengara de nosotros. Ahora nos consideramos culpables de todo lo que nos ocurre y miramos asustados alrededor buscando guías, salidas, confinamientos y otras restricciones. Ahora, en determinados momentos, nos sentimos más seguros cuando estamos aislados.
¿Era un error la antigua normalidad?
Sin embargo, no está claro que nuestra vida normal fuera un error. Los contactos sociales nos permitían reforzar las relaciones entre los miembros de la comunidad. Además, desde el punto de vista microbiológico, nos permitían formar una comunidad de microorganismos que compartimos entre todos los que convivimos en una ciudad o en un grupo social.
Estos microorganismos compartidos estimulan nuestra respuesta inmune, nos permiten estar protegidos frente otros virus y bacterias con los que nos encontramos diariamente. Asimismo, participan activamente en la digestión de los alimentos que consumimos.
No vivimos en una burbuja estéril sino en un entorno cargado de microorganismos con los que, evolutivamente, hemos aprendido a convivir. Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución. Miremos con esa luz nuestra relación con los microorganismos.
¿Quién nos enseñó a comportarnos así?
Parte de ese aprendizaje evolutivo de nuestra especie queda reflejada en nuestro comportamiento. Nos gustaría pensar que nos tocamos, nos besamos, nos acercamos y compartimos objetos por comportamientos decididos racionalmente.
Sin embargo, lo cierto es que todos esos comportamientos han sido seleccionados o tolerados evolutivamente. Son parte de la domesticación de nuestra propia especie. Es decir, con el paso del tiempo, aquellas variantes de nuestra especie mejor adaptadas a vivir en un entorno microbiano dado han sido seleccionadas y han predominado en la población.
Por su parte, las variantes microbianas que mejor podían establecerse en nuestras poblaciones han prevalecido frente a otras más letales que, eliminando al huésped, dificultaban su trasmisión.
A este proceso de coevolución lo podríamos llamar domesticación: domesticación de los humanos y de los microorganismos. Aunque quizá sería más correcto cambiar el término de domesticación (de domus, casa) por el de urbanización (de urbs, ciudad) ya que las comunidades microbianas con las que vivimos son las seleccionadas por nuestra vida en poblaciones cada vez más densas. Por eso, volveremos a nuestra vida normal, pues es la que nos permite vivir mejor en comunidad.
Ciertamente, aparecerán nuevos patógenos más o menos virulentos que se introducirán en nuestra comunidad y producirán nuevas epidemias y pandemias. Es un accidente natural imprevisible que se alza como una gran ola que barre todo lo que encuentra.
Sin embargo, la ola pasará y el mar volverá a la calma. Volveremos a nuestra vida normal porque es el resultado de nuestro proceso de selección: la vida en comunidad parece compensar evolutivamente el riesgo de la aparición de epidemias.
El coronavirus no desaparecerá en la nueva normalidad
Este coronavirus se quedará viviendo en nuestra especie de forma permanente. No cumple ninguno de los supuestos que permitiría pensar en su erradicación. Se trata de un virus adaptado a la población humana con reservorios animales, la enfermedad que produce no tiene un diagnóstico claro y distinto y no disponemos de una vacuna con una eficacia suficiente.
Además, el coronavirus es un virus de ARN que, aunque no es tan variable como el virus de la gripe, es muy variable, por lo que podrán aparecer nuevas cepas que escaparán parcialmente a nuestro sistema inmune y podrán producir oleadas epidémicas de gravedad variable.
No obstante, es de esperar que estas oleadas tiendan a ser menos pronunciadas en el futuro, aunque puedan surgir ocasionalmente nuevas variantes pandémicas como ocurre en el caso de la gripe.
¿Convivirá con nosotros el coronavirus en la nueva normalidad?
Las sucesivas olas de infección a personas vacunadas o que hayan pasado la enfermedad harán que la inmunidad individual y grupal se extienda a toda la población. El coronavirus SARS-Cov2 pasará a ser un nuevo virus de catarro invernal que producirá casos graves esporádicamente.
Esta protección causada por la circulación con baja incidencia del virus en la comunidad inmunizada se producirá cuando volvamos a la vida normal que describíamos al principio de este artículo.
El mantenimiento de las medidas de aislamiento social y otras medidas destinadas a la reducción de la movilidad de la comunidad microbiana con la que convivimos reducirá el efecto protector de esta convivencia. Así, nos hará más susceptibles a los microorganismos que nos rodean y frente a los que estamos protegidos por el contacto esporádico habitual de nuestra vida normal.
El problema fundamental de las pandemias es el colapso del sistema sanitario y del sistema social. Una vez controlada la fase crítica que causa dicho colapso, la vida normal seleccionada evolutivamente durante el proceso de domesticación de la humanidad volverá a prevalecer. Así es como ha ocurrido después de todas las pandemias anteriores que ha sufrido nuestra especie.
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