A un mes de la tragedia de la explosión de la pipa de gas en el Puente La Concordia, no hay sanciones pero sí una herida que no cierra.
Georgina Hernández
Eran las 2:20 de la tarde del 10 de septiembre cuando el sonido metálico de un golpe interrumpió la rutina de Don J. J. Como cada día, él estaba sobre el puente peatonal que queda frente al Puente La Concordia, en la alcaldía Iztapalapa, en donde vende ropa que coloca a lo largo del barandal y, entre venta y venta, hojeaba el periódico.
Pensó que había habido un choque, como uno de los tantos que ocurren en esa vialidad saturada, pero al levantar la mirada, vio cómo los ojos de la gente que caminaban sobre el puente peatonal se dirigían hacia la zona de la tragedia.
Antes de ponerse de pie, vino la segunda explosión.
Todo se pintó de humo blanco. Don J. J. bajó corriendo del puente y de milagro alcanzó a meterse en una capilla. Ahí fue la tercera explosión, aquella que provocó las llamas y la onda expansiva. Don J. J. sobrevivió, pero no volvió a ser el mismo.
Tardó tres días en regresar a su puesto y, desde entonces, toma pastillas para la ansiedad:
“Tenía muchísima ansiedad, incluso en la casa cualquier grito que escucho, pues me exalto, pero es lo normal, creo yo. Me dijeron: llore todo lo que pueda, pero no pude. Lo único que pensaba, no era mí, me dije ‘yo me escapé’, pero la demás gente no, ví cómo estaba ardiendo el micro. ‘¿Cuánta gente no llevaría ahí?’ Era mi pregunta, yo no pensaba en mí, pensaba en la gente”.
A simple vista, pareciera que todo ya volvió a la normalidad. El tránsito fluye, los negocios están abiertos, la gente camina, pero la calma es aparente.
Alejandro, quien vende tacos de cabeza a unos metros, confesó que todavía tiembla cuando escucha el motor de un tráiler. Miriam, que atiende un puesto de dulces, recordó entre lágrimas que la sobrina de su novio estuvo cerca del fuego:
“En sí normalidad pues no, desgraciadamente no, pero ese es nuestro pan de cada día, pero ni modo, ¿qué hacemos? No tengo de otra más que salir a trabajar, volver a seguir porque qué bonito sería encerrarme, ya no salgo, pero ¿quién me mantiene? No tengo hijos, pero de todas maneras, ¿quién me mantiene?
Entonces, así vamos a estar, y mientras siga pasando, si esto no se arregla o si llegan a un buen convenio, qué bueno, pero sino, ni modo, a seguir adelante”
Lo que el fuego dejó
A un mes de la explosión, el saldo oficial se mantiene en 31 personas fallecidas, 44 dadas de alta y nueve que continúan hospitalizadas.
Entre ellas estaba Kevin Díaz Monte de Oca, un joven de 19 años que sufrió quemaduras graves y pasó 27 días internado en el Hospital de Petróleos Mexicanos (Pemex), en la carretera Picacho-Ajusco. Fue dado de alta el pasado 8 de octubre, entre aplausos del personal médico.
Otra víctima, una menor de edad, fue trasladada a Estados Unidos para recibir atención especializada en el Hospital Shriners Children’s.
¿Cómo va la indagatoria?
La Fiscalía General de Justicia de Ciudad de México mantiene abierta la carpeta por homicidio, lesiones y daño a la propiedad.
Hasta ahora, no hay imputaciones formales contra servidores públicos ni contra la empresa Transportadora Silza, dueña de la pipa que explotó.
El peritaje federal, que será clave para conocer si el accidente se debió a fallas mecánicas, humanas o de mantenimiento, aún no concluye. Las autoridades reconocieron que podría tardar meses.
En tanto, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, garantizó que no habrá impunidad:
“La Fiscalía General de Justicia inició las investigaciones que puedan ya determinar la causa del accidente, asi como deslindar responsabilidades y asegurar que no hay impunidad.
Y por otro lado, de parte del gobierno federal, la agencia ASEA está iniciando un trabajo administrativo, es decir, lo que le corresponde es llevar a cabo todo lo que se requiera para deslindar responsabilidades administrativas que la empresa haya cometido”.
Gas sin control
La tragedia reabrió el debate sobre la regulación del transporte de gas LP en México.
El transporte y distribución de gas en el país se rige por la Ley de Hidrocarburos y su reglamento, que establecen permisos y obligaciones para las empresas dedicadas al transporte, almacenamiento, distribución y expendio de gas LP y gas natural.
A nivel federal, la Secretaría de Energía (SENER), la Comisión Reguladora de Energía y la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente supervisan los aspectos técnicos y las condiciones de seguridad industrial y ambiental.
En 2025, el gobierno federal emitió las normas emergentes NOM-EM-006-ASEA-2025 y NOM-EM-007-ASEA-2025, que refuerzan los controles sobre el transporte y distribución de gas LP.
Establecen requisitos más estrictos de seguridad, mantenimiento, monitoreo satelital, capacitación de operadores, límites de velocidad y verificaciones de hermeticidad de los contenedores.
En Ciudad de México, además de las normas federales, el Reglamento de Tránsito y el Sistema de Protección Civil regulan la circulación de pipas y unidades con sustancias peligrosas.
Tras la explosión en el Puente La Concordia, el gobierno capitalino anunció nuevas medidas como:
- Limitar a 30 kilómetros por hora la velocidad de las pipas.
- Restringir su circulación a horarios nocturnos.
- Aplicar sanciones más severas.
- Reforzar la capacitación de conductores.
- Exigir rutas autorizadas.
Las y los legisladores del Partido Acción Nacional (PAN) y Morena anunciaron su intención de revisar la normativa. Sin embargo, hasta el momento, no han presentado ni dictaminado ninguna iniciativa concreta.
Algunos planteamientos incluyen geolocalización obligatoria, verificaciones mecánicas certificadas y sanciones más severas para pipas irregulares.
Alejandro, el taquero que todos los días trabaja en la zona, lo resumió sin tecnicismos y exigió que el sistema que permitió la tragedia deje de permanecer prácticamente intacto y, que las gaseras se comprometan a ser más seguras:
“Simplemente las empresas de gas son las que deben de implementar su seguridad misma. Si ellos no tienen una regla para implementarla, se les está yendo de las manos esto”.
La herida abierta
Un mes después, Santa Martha parece volver a su rutina, pero bajo una calma tensa.
Las llamas se apagaron, pero quedaron cicatrices: en la piel de los sobrevivientes, en la memoria de los testigos y en un sistema que aún no asume su parte de responsabilidad.
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