La violencia de género en espacios académicos pasa desapercibida, pero invisibiliza los aportes de las mujeres.
Escucha nuestro especial con producción de Gema Hernández.
Adriana Esthela Flores
Desde que la académica Cristina Burneo Salazar decidió presentar su denuncia por acoso laboral ante las autoridades de la Universidad Andina Simón Bolívar, en Ecuador, inició una ruta jurídica, institucional y política que, al paso del tiempo, la llevó a un escenario absurdo: Pasó de denunciante, en denunciada.
Cristina es una profesora con un amplio currículum. Tiene una maestría en Estudios de la Cultura y es doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Maryland. Además, habla cuatro idiomas y ha sido reconocida con el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit
Pese a su experiencia, vivió cuatro años de hostigamiento violencia que vulneraba el ejercicio de su libertad académica. Finalmente, estos episodios derivaron en una queja forma que interpuso el pasado 28 de marzo.
Para ella, las acciones en su contra por parte de cuatro docentes estaban estrechamente vinculadas a su postura feminista. El acoso inició desde que intentó incorporar estudios trans en el programa de género. Ahí, relata, comenzaron las “pequeñas hostilidades cotidianas” que se convirtieron en una “bola de nieve” de obstáculos contra su desarrollo académico, profesional y personal. Cristina asumió que se había vuelto objetivo de violencia epistémica de género.
“No estoy siendo acosada laboralmente sin razón. Las razones son ideológicas […].. Entonces, aquí hay una disputa solo que ciertas posiciones están siendo atacadas desde posiciones con poder, cuando coinciden que son anti género deciden no a permiso institucionales, no decir cuerpo o género, ahí hay decisión, campo que se inhibe”.
Se trata de una expresión de violencia que comenzó a abordar e feminismo en años recientes. La académica Raquel Güereca Torres acuñó una de las primeras definiciones de violencia epistémica: “conjunto de prácticas científicas, disciplinares y cognitivas que, intencionadamente o no, invisibilizan la aportación de determinados sujetos sociales a la construcción, discusión y difusión del conocimiento científico”.
La académica de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) explicó que, para llegar a este concepto, se basó en el término “epistemicidio”, del sociólogo portugués Boaventura Do Santos, y en sus estudios sobre los saberes invisibilizados a partir del “euro-occidentalismo”.
“Es una forma de violencia, porque cuando nos formamos en las universidades en disciplinas androcéntricas y no conocemos lo que han teorizado las mujeres de nuestras disciplinas, de las disciplinas en la que nos estamos formando, cuando no conocemos lo que las mujeres han contribuido, estamos siendo borradas y eso es una violencia epistémica. Es negarnos algo que nos caracteriza como seres humanos que es la racionalidad, la capacidad de pensar y pensarnos”.
“No se puede normalizar” esta violencia
La serie de “pequeñas hostilidades” contra la profesora Cristina iniciaron en 2020, en plena pandemia y mientras atravesaba el duelo por la muerte de su madre. A través de su página web “libertadacademicafeminista”, comenzaron cuando directivos de su área se resistieron a promover áreas como estudios críticos de la discapacidad, de género o estudios del cuerpo.
Cristina fue cuestionada por defender la política de becas. A diferencia de otros maestros, tuvo que rediseñar cinco veces su programa para la maestría. En marzo, la excluyeron de un encuentro para revisar la propuesta de un diplomado en traducción que ella misma diseñó.
Lo peor llegó el 10 de junio: cuando la Comisión Universitaria para el Tratamiento de Casos de Violencia le notificó que cuatro docentes la habían denunciado “por ofensas a su buen hombre y su honor”, exigían una disculpa pública y que fuera separada de sus funciones.
“Que la máxima autoridad de la institución te diga que no presentaste una queja cuando la presentaste no solo es gaslighting, es la negación de todo debido proceso, eso te deja perpleja y que usen tu denuncia para denunciarte y te obliguen a disculparte porque alteraste el honor de la universidad, es absurdo. No se puede normalizar ninguna de las partes de ese proceso”.
Con el relato de su denuncia, llamado “Donde brota nuestra palabra”, la académica busca reivindicar su reclamo y que la experiencia sirva para desarrollar conocimiento.
En la cronología de su proceso, informó que la autoridad universitaria admitió su queja 139 días después de que la presentó. Además, no tiene medidas de protección, aunque las solicitó. Su caso también da cuenta de nuevos métodos de acoso, como el escrutinio excesivo a su trabajo o permisos negados para visitar universidades en el extranjero. Como centro de su propia investigación, ella menciona siete aprendizajes, como las fallas en los protocolos para atender casos de violencia de género.
“Hay que aprender mucho que la lógica patriarcal del Derecho es despiadada. Nosotros tenemos una gran verdad que construimos, investigamos, narramos. Mi cara está en todos lados, la exposición es altísima, entonces tratas de situar un relato para aprender”.
Conocimiento indígena, objeto de violencia espiritual
En febrero, el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías, celebró en redes sociodigitales el reconocimiento de la partería tradicional. Su publicación desató críticas que son muestra de la violencia epistémica de género contra los pueblos originarios, en los que hay más de seis millones de mujeres.
Los mensajes que denostaron esta práctica médica ancestral no solo exhiben el racismo y colonialismo internalizado, sino que pueden considerarse violencia espiritual, aseguró. Laura Hernández Pérez, del colectivo Yecoa Uhm.
“Es un saber que no es solamente individual sino colectivo, te comparto mi palabra porque mi saber yo te lo enuncio, yo Laura, pero ese saber es memoria que sale en colectividad”.
Las expresiones de esta violencia son diversas. Una tiene que ver con la “falta de devolución”, que ocurre principalmente en el área académica, en la que las mujeres aportan conocimientos a través de entrevistas o prácticas de campo sin que les sea compensada su acción, ya sea con algún ejemplar de la tesis a la que contribuyeron o la enunciación precisa de sus palabras. La otra es la que enfrentan las universitarias cuestionadas por proponer otras maneras de producir conocimiento.
“Todo lo que no está dentro, estructurado o definido en el sistema se le cuestiona. Siempre se le va a cuestionar. se le va a mirar mal, se le va a segregar, se le va a incluso controlar. Por eso hay compañeras que están dedicadas a la parte académica que la verdad es un desgaste para ellas psicológico y emocional porque se les juzga, se les critica su quehacer”.
Violencia en universidades basada en prejuicios
Aunque no necesariamente están vinculadas a la violencia epistémica, las notables diferencias en la participación de mujeres en la vida académica reflejan los diversos obstáculos que enfrentan. De acuerdo con la Encuesta sobre la situación de mujeres y hombres en la UNAM, hay más varones con doctorado (93.2%) frente que mujeres (87.7%).
Además, a las investigadoras les toma entre cuatro y nueve años obtener su primera promoción, mientras que sus compañeros tardan seis años como máximo. Para Marlen Solís Pérez, titular de la Unidad de Género del Colegio de la Frontera Norte, muchas de las violencias en universidades están basadas en prejuicios.
“Esa yo la vi aquí mismo en el colegio, con una estudiante que quiso aplicar pero que era mamá de niños recién nacidos, creo que su hija tenía un par de años. Una de las preguntas era ¿cómo les va a hacer para compaginar? La carga de ser madre es muy grande y queremos estudiantes de tiempo completo.
Creo que hace falta abrir más espacios de discusión sobre los modelos pedagógicos y la relación que hay entre violencia epistémica y las otras formas de violencia, eso es fundamental”.
La doctora en Ciencias Políticas, Raquel Güereca Torres, advirtió que la violencia epistémica está ligada con el sexismo y la discriminación. Se puede observar en el predominio de académicos varones en los planes de estudios universitarios, la escasa presencia de mujeres en las bibliografías y en la integración de las élites académicas, así como en la apropiación de sus conocimientos por parte de hombres, sin que siquiera sean citadas en las investigaciones.
“Esto termina agraviando a las mujeres en algo constitutivo de nuestra condición humana que es la racionalidad. Lo que hace el androcentrismo que va formando una violencia epistémica es que lesiona la autoridad epistémica de las mujeres, lesiona el reconocimiento de mujeres como sujetos racionales, como sujetos con historia”
Para la especialista, la falta de datos estadísticos se debe a que la definición no está incluida en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, así como a la falta de autocrítica en las universidades.
¿Por dónde habría que empezar para erradicar la violencia epistémica?
Ella menciona cinco acciones:
- Nombrarla; reflexionar sobre la experiencia desde las estudiantes y docentes universitarias.
- Revisar planes de estudio.
- Fomentar ejercicios autocríticos sobre conocimiento en las instituciones académicas.
- Diseñar mecanismos de restitución epistémica.
Han pasado ocho meses de la primera queja que presentó Cristina Burneo ante la Universidad Andina Simón Bolívar, donde trabaja desde hace casi una década.
En todo este tiempo, a su lucha se han sumado mensajes de solidaridad de colectivos feministas en Ecuador y colegas de más de una docena de países como Canadá, Brasil, Alemania y México.
Su caso, que llegó hasta instancias judiciales, aún no tiene resolución. Mientras espera el dictamen, ella continúa su labor docente, de investigación y activismo y también escribe poesía para el futuro.
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