Esta información fue originalmente publicada en The Conversation por Guillermo López Lluch, catedrático del área de Biología Celular. Investigador asociado del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo. Investigador en metabolismo, envejecimiento y sistemas inmunológicos y antioxidantes., Universidad Pablo de Olavide
El aumento de los contagios de las últimas semanas y la mayor infectividad de la variante delta han disparado las alarmas. Sin analizar en profundidad los datos, gobiernos, medios y redes no han tardado en avanzar la necesidad de una tercera dosis de las vacunas. De hecho, algunas farmacéuticas ya han anunciado que pedirán autorización para ello. ¿Pero es realmente necesario?
Los datos epidemiológicos disponibles hasta la fecha indican que aún no es preciso, que las personas vacunadas con la pauta completa están protegidas frente a la enfermedad, aunque no tanto frente al contagio. Probablemente esa tercera dosis sí acabe incorporándose para los grupos de riesgo con un sistema inmunitario ineficiente, pero no para toda la población.
Se hace necesario explicar muy bien lo que está ocurriendo y llamar a la calma a la población, a los medios y a los gobiernos.
Las vacunas protegen frente a la enfermedad pero no frente al contagio
Los datos de países con una alta vacunación como Reino Unido o Israel muestran que, mientras el número de personas contagiadas aumenta de una manera casi exponencial, los ingresos en hospitales y UCIs y la mortandad se encuentran estancados. Obviamente, hay una diferencia clara (y muy positiva) frente a las anteriores olas. Y el avance de la vacunación es el responsable.
Para defender la incorporación de una tercera dosis de vacuna, las compañías farmacéuticas se amparan en los anticuerpos. Una de ellas ha indicado que la tercera dosis de su vacuna aumenta mucho los niveles de anticuerpos. Pues claro que sí, como lo harían la cuarta o la quinta. Los aumenta porque de eso se trata, de inducir la respuesta inmunitaria en cada dosis.
Pero la cuestión es si más anticuerpos serían efectivos para evitar el contagio. ¿Aportarían algo nuevo? Pues, como ya se indicó hace unos meses, no. Además, los estudios solo están mirando a anticuerpos neutralizantes y no a otro tipo de respuesta inmunitaria.
Los anticuerpos generados por las vacunas anti-covid-19 son anticuerpos que se liberan a la sangre, del tipo inmunoglobulina G (IgG). Pero el virus nos infecta por el aire por lo que, a no ser que tengamos anticuerpos de tipo IgA en las secreciones de nuestras gargantas, el virus podrá comenzar la infección.
Sin embargo, con las vacunas sí estamos protegidos frente a la enfermedad causada por el virus. Y eso es así porque inducen la producción de linfocitos T ayudantes (Th) y T citotóxicos (Tc) y sus correspondientes células memoria. Estas células se activan en cuanto llega el virus, bloquean su proliferación y acaban expulsándolo. Sufrimos, por tanto, una infección. Pero o no sufrimos la enfermedad que esta produce o la sufrimos de una manera leve.
Margarita del Val, viróloga e inmunóloga del CSIC, decía hace unos días en un seminario en el Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBIS) que todos nos vamos a contagiar tarde o temprano, pero lo importante es que te contagie ya vacunado. Así podrás enfrentarte a la infección pero protegido. Nada más que añadir.
Precisamente por eso, en EE. UU. la mayor mortandad se está produciendo en población no vacunada. No están protegidos frente a la enfermedad.
Las variantes no afectan gravemente al sistema inmunitario.
Una de las razones que se están esgrimiendo para empujarnos a una tercera dosis es que las variantes se escapan del sistema inmunitario. Pero los estudios científicos indican que esa evasión es parcial y no afecta a todos los lugares reconocibles por anticuerpos o por linfocitos T.
Hay que insistir en el hecho de que la respuesta inmunitaria es policlonal. Eso quiere decir que los anticuerpos y los linfocitos T no reconocen un solo lugar sino que cada uno reconoce uno diferente. La respuesta conjunta se produce sobre muchos antígenos del virus o de la proteína S.
Esta forma de responder implica que si el virus sufre una mutación en una posición determinada, hay otras muchas que se mantienen sin cambios y que el sistema inmunitario reconoce.
También entra en este juego una cuestión puramente evolutiva. El virus utiliza como cerradura para abrir la puerta de las células a la proteína ACE2 y como llave a su proteína S. Podríamos considerar que las variantes más infecciosas están afinando la llave para entrar mejor y más eficientemente en la cerradura. Así aumentan su eficacia para contagiar.
Los anticuerpos y linfocitos también se perfeccionan para detectar esos dientes concretos de la llave. Por tanto, para escapar del sistema inmunitario las mutaciones deben modificar la llave. Así se llegará a una situación en la que cualquier modificación de la proteína S para escapar del sistema inmunitario hará que pierda eficacia para contagiar.
El virus coevoluciona con el ser humano. Es muy posible que acabe siendo el quinto tipo de coronavirus que afecta a humanos que causa catarros estacionales y poco más.
Hay que esperar a la inmunidad de rebaño y a los datos
La ciencia necesita tiempo para llegar a conclusiones. Tomar decisiones en caliente y con miedo conduce a decisiones precipitadas y generalmente equivocadas. Los gobiernos, sin haber vacunado aún a toda la población y sin haber comprobado si con ello es suficiente, no deben caer en el error de ir a por una tercera dosis de vacuna.
Hay mucha población que aún no ha recibido sus dosis. Antes de plantearnos una tercera dosis hay que vacunar a toda la población o, al menos, a la mayor parte.
Los datos apuntan a que la enfermedad se comportará como cualquier infección respiratoria si estás vacunado. La COVID-19 dejará así de ser grave aunque haya contagios.