La gentrificación cultural, que se intensificó en la Ciudad de México como un fenómeno inmobiliario, ahora ha alcanzado al ámbito cultural, convirtiendo las actividades cotidianas en atractivo turístico o de espectáculo. La exotización de las experiencias en las comunidades ha provocado el encarecimiento del comercio y servicios en los barrios, lo que ha mermado la calidad de vida de sus habitantes e incluso los ha desplazado.
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Laura Velarde
Lo que antes era identidad de barrio hoy se transforma en postal: en Tepito, beber mezcal o cerveza ya no es una costumbre local, sino un atractivo turístico. En los tianguis de colonias populares, los visitantes buscan “aventura urbana”, y la ropa de paca —antes símbolo de economía y resistencia— se ofrece como moda vintage en escaparates del centro.
De esta forma, la gentrificación en la Ciudad de México ha dejado de ser un fenómeno exclusivamente inmobiliario. Hoy también atraviesa la esfera simbólica: lo cultural, lo cotidiano, lo que antes pertenecía al barrio, se convierte en espectáculo, en mercancía o en experiencia para las redes sociales.
Este tipo de procesos debe ser visto como un fenómeno estrechamente ligado a la turistificación como la que ya han enfrentado otras ciudades en Europa; así lo explica Fernando Ruiz Molina, especialista en Estudios Culturales Digitales, quien advierte que vivimos un proceso de “extractivismo” para el mercado global.
“No hay que entender la gentrificación como un proceso único y uniforme, sino como una serie o esta serie de fenómenos, ¿no? Todos asociados desde la turistificación. Ejemplos hay bastantes, ¿no? Y creo que ya la Ciudad de México lamentablemente tiene su historia con la gentrificación.
A nivel este del diseño, por ejemplo, existían en esos momentos los helados de autor, que las carnitas de autor, que los tacos de autor, pues en esta lógica del emprendimiento del reaprovechamiento de la cultura”.
¿Dónde comenzó todo?
Desde el año 2010, con la irrupción de la cultura hipster y el boom de la CDMX como marca-ciudad, los barrios tradicionales comenzaron a transformarse. Los tacos de los puestos callejeros se volvieron “de autor” y pasaron de la experiencia netamente culinaria a lo fotografiable o “instagrameable”.
Los tianguis, espacios populares de intercambio y comercio, fueron reconfigurados como bazares “cool” donde la ropa o los juguetes usados se venden con etiquetas y narrativas estéticas a precios que excluyen a los habitantes originales.
“En la colonia Roma, por ejemplo, hoy en día de las taquerías sobre todo se habla, por ejemplo, que la salsa no pica. Que la salsa sabe distinta. Claro, obedece justamente a que los taqueros de la zona, los comerciantes de la zona, han desplazado el target del mexicano común al extranjero. Esto nos conecta con otro fenómeno que está muy en la línea de la gentrificación cultural, que es la turistificación”.
Ejemplos como la turistificación de Roma, la exotización de Iztapalapa o el encarecimiento de Tepito muestran cómo los contenidos culturales y los modos de vida barriales se convierten en materia prima para la especulación.
Etiquetas, falta de identidad y lujos
Según lo que inicia como curiosidad —por ejemplo, ver cómo se elabora el tepache o el tejuino—, pronto se transforma en exotización. Los barrios se vuelven “auténticos”, “coloridos” o “interesantes”, etiquetas que abren paso a galerías, cafeterías de autor y espacios de lujo que terminan desplazando a las comunidades originales.
Por ello, para Ruiz Molina, la gentrificación cultural es una forma de despojo simbólico.
“Que justamente con la tecnología, con TikTok, pues esto ha sido hasta incómodo para los vecinos porque pronto se han vuelto como objetos, personas, personajes en un escenario altamente fotografiables y ahí a disposición para volverlos mercancía, y no solamente son los vecinos, es cómo viven, que de pronto la gente se subía al cablebús y empezaban a grabar sus casas y no la idea, pues, o sea, el cablebús nace porque hay una necesidad tangible, objetiva y real de las personas para moverse, desplazarse”.
Barrios, tradiciones e identidad frente a la gentrificación
La gentrificación cultural en México también se alimenta del mercado inmobiliario digital o de estancias de corta duración y ya repercute en la cultura barrial.
Plataformas como Airbnb concentran una gran parte del inventario habitacional —alrededor del 30 por ciento según la Secretaría de Vivienda de la CDMX—,y el precio promedio por noche ronda aproximadamente entre los 1 mil 63 pesos. Esta dinámica transforma barrios con fuerte identidad cultural en destinos para turistas y nómadas digitales, desplazando espacios comunitarios y prácticas barriales tradicionales.
“Justamente esto es como esta lógica de espectacularización, las culturas del barrio que empiezan primero que nada, la documentación, algo que es algo que nos resulta curioso, ¿cómo se hace el tepache o el tejuino en Jalisco, ¿no?”.
En el sur del país, las voces de las comunidades indígenas se alzan contra la turistificación en el Encuentro nacional contra la gentrificación en Oaxaca 2025. Denuncian que ya no se trata solo de visitantes, sino de cómo sus playas, barrios y centros históricos son convertidos en mercancía. Detrás del brillo del turismo —advierten— se esconde el despojo: el territorio y la identidad vuelven a ser negocio para otros.
“Coincidimos en que la palabra gentrificación y turistificación nos ayuda en este momento para nombrar el despojo, el racismo, la desigualdad, el desplazamiento, la invasión, la violencia estructural, la estigmatización y la utilización de la cultura para el beneficio de las élites y también para la criminalización de la protesta”.
Frente a este creciente fenómeno, han surgido —como una especie de resistencia— alternativas como los pilares o las utopías, así como otros espacios que se han vuelto repositorios culturales comunitarios que devuelven la autoría y la curaduría a los propios barrios, evitando así que la gentrificación cultural no solo desplace a las personas, sino que borre su memoria.
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