Convivir entre desconocidas, pintar flores, rolar el maquillaje y ¿por qué no? también expresar miedo, hacer un plan, marchar juntas y prometer una futura reunión. Así transcurrió la jornada de ayer al interior del contingente Revolución Sorora.
Aura García
Una cascada de stickers, que incluye gatitos abortistas, trompas de Falopio que florecen lluvia de diamantina, juguito de lágrimas de “onvre”, y puños con pañoletas verde, celebra en el chat que ya casi es hora de la marcha. Era la 1:44 de la tarde.
Revolución Sorora es un grupo de WhatsApp que surgió en la pandemia con no más de 20 integrantes, con puras amigas de la prepa. sin embargo, de cara a la protesta feminista de este 8 de marzo, creció a más 80. ¿La razón? Una convocatoria abierta y plural para formar un contingente.
No tenías que ser amiga de nadie. No debías comprometerte a nada. El recibimiento estaba hecho de corazones púrpura y el objetivo era común: garantizar la seguridad de todas, pasarla bien y compartir la lucha. Vero fue una de las que lo vivió.
“Este año pensando que íbamos a ser poquitas empezamos a invitar gente de todos lados y se nos unió un montón. Llega un momento en que nos damos cuenta que sin conocernos ya somos hermanas. Era padrísimo porque justo no sientes ese miedo”.
Marchar como actividad colectiva
Marchar en la Ciudad de México es una actividad colectiva, como la hora de la comida. Acudir en solitario no está prohibido, pero el sabor de la protesta se disfruta mejor acompañada. La multitud es el plato fuerte, las consignas los aderezos, la llegada al zócalo, sin duda es el postre, pero la entrada también es esencial en cualquier menú.
Con esto en mente, “la grupa”, como le dicen las mujeres, se reunió horas antes en un departamento cerca de Reforma a diseñar carteles y reír.
A las 2:05 comenzó a sonar el timbre e inició el desfile multicultural, que incluyó a una bebé de seis meses. La variedad de ingredientes que cada asistente aportó le dieron el toque final al encuentro: cartulinas, delineador lila, un palo de escoba, plumones, pintura negra y violeta, cartones de Zucaritas, silicón frío, cinta canela, y por último, sándwiches de jamón con frijoles, porque es bien conocido que no se puede protestar con el estómago vacío.
Marina, quien prefiere que la llamen “Ina”, ofreció su casa para el güeteque a un montón de desconocidas y por si fuera poco, les sirvió té frío de jengibre como bienvenida.
“Nos hemos contactado espontáneamente entre amigas, y otras amigas, y primas y parientes. Nos hemos llamado a acuerparnos hoy día. Pusimos canciones, compartimos pensamientos feministas, música que nos inspire de artistas mujeres…”.
Un ritmo sabroso para bailar que recuerda la autonomía de las mujeres, su libertad y sus ganas de ser lo que les dé la gana, sin importar señalamientos, tradiciones o miedos.
El miedo nos une
Pero, precisamente, el miedo también unió a estas manifestantes. Horas antes del 8 de marzo, al diez para las siete, los mensajes del chat pasaron de referirse al punto de reunión y el color de la ropa, al temor de salir a la calle.
“Es mi primera marcha” fue una frase que resonó y a partir de ese momento las palabras lacrimógeno, vinagre y ataque cimbraron la conversación. Para calmar las dudas, Ixchel empezó a circular videos de otra protesta pacífica y las recomendaciones cayeron por montón.
“Hay que estar alertas, como cualquier día, la diferencia es que mañana seremos muchísimas y lo que se siente es un verdadero día del amor.”, respondió Ina a las inquietudes. Carmen, otra de las asistentes, reconoció ayer que es normal sentirse asustada, pero invitó a tomar el espacio público para sentir el abrazo de “la manada”.
“Sentir miedo es normal, pero estamos todas. En realidad, venimos aquí porque cada día salimos con miedo, una diferencia clara no hay, pero pues hay que seguir luchando y aquí hasta la manada. Hasta traigo short, jamás uso short en la vida, pero hoy entre todas estas mujeres me siento segura”.
Ceci tomó en cuenta los mensajes y pese a las advertencias de aquellos que jamás han puesto un pie en una marcha acudió por primera vez a una. No lo hizo sola, su bebé de seis meses fue la cómplice con la que concretó el plan. Según muchos medios de comunicación, sólo podía esperar violencia, agresiones y destrozos, pero hay mucho más.
Una caminata libre de manoseos. Una sola voz que cimbra monumentos y avenidas, caricias al alma hechas de papel. Rimas que terminan en la licuadora y coreografías que brotan de una cuchara y un comal.
“Es muy imponente. No sabía muy bien qué hacer, no sé muy bien todavía qué decir, pero se siente bien estar con tantas mujeres que queremos lo mismo. Mi familia es muy conservadora y todos estaban un poco negados a que viniera yo, y más con la bebé. Incluso me dijeron que iba a haber muertos y destrucción, pero también por eso venimos las dos, para demostrarles que no es así”.
Medidas de seguridad en la marcha
Revolución Sorora pidió a sus participantes portar en el brazo su nombre, tipo de sangre y el número de su contacto de su emergencia. También, cargó un lazo para delimitar el contingente, que según dijeron las hizo sentirse en una burbuja de protección. Además, frente a Bellas Artes, hizo un alto en el camino para evaluar quiénes deseaban avanzar por 5 de mayo y quiénes no. Casi todas las infancias ya se habían ido, pero las y los policías se amontonaban en Eje Central y los reportes de otras amigas indicaban humo y confrontación en la plancha capitalina.
La idea fue siempre avanzar con cuidado, esperar a quiénes se quedaron atrás o venían saliendo del trabajo, a mil por hora, para llegar al punto de reunión. Hubo quienes desertaron, pero al final sobrevivió un pequeño grupo con la expectativa de pisar la plaza principal de este país.
Lo demás es historia. Un grito de alivio, 5 de mayo a reventar y un último team back para despedir el día. Solamente resta ubicar la estación de metro más cercana y hacerle casita a Zoé, de cuatro años. Ya le andaba de la pipí y ya no aguantaba hasta Pino Suárez. 7:23 y diez desconocidas se despiden. Prometen reunirse pronto.
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