En esta tragedia global sí hay héroes y heroínas, visten de blanco, están en cada clínica y hospital y siguen salvando vidas.
Escucha aquí el segundo podcast de la serie Un año de pandemia: Memoria Colectiva de la Covid-19.
Por Aura García
Lo que escucharán es apenas una descripción aproximada de lo que fue el peor día de trabajo del doctor Guillermo Montes, en un año dedicado a la atención de pacientes con Covid-19. Sólo uno de los 365 días que ha permanecido en lo que llaman “el frente”.
Es el turno matutino en un hospital del Issste en Morelia, Michoacán. El área covid está saturada, como en el resto de los hospitales públicos de esta ciudad. Están rebasadas, incluso, las tres únicas clínicas privadas que atienden la enfermedad.
El piso de Guillermo está lleno. Ya no hay ventiladores, se acabaron los insumos y ni siquiera dispone de medicamento para aliviar el dolor. De las 42 camas ocupadas, en 14 yacen pacientes graves. Todos mueren en el transcurso de su turno.
“La pandemia no es tan diferente como en otras partes de la República, no es tan diferente como en la Ciudad de México. Acá también la población no ayuda por más que hemos insistido en que nos ayuden a los médicos que estamos viviendo esto desde la línea de fuego y esto ha repercutido en que, hasta la fecha, sigamos siendo los mismos médicos que vemos a más pacientes con el mismo personal y hay estrés en nuestros compañeros y hay ansiedad, hay depresión, entonces sí es importante que esto se conozca”.
Para el personal médico, sometido a una presión constante, los saldos de la pandemia bien podrían compararse con un desastre natural o una guerra que arrasó con la vida cotidiana como la conocíamos.
“Es una situación comparable a vivir un desastre natural, digamos, porque sí te cambia mucho la rutina y cambió mucho el estilo de vida en estos meses. Es como cuando se sufre un huracán, pues ya hemos visto cuando ha pasado el terremoto que nos cambia mucho la rutina diaria y pues también se compara un poquito a cuando estás en guerra. Muchas cosas se paralizan”.
La comparación del doctor Rafael Hernández no es exagerada. Tal vez por eso ha predominado un lenguaje bélico para referirnos a la peor crisis sanitaria que ha enfrentado el país.
Autoridades, medios, personal médico, todo el mundo habla de “la primera línea”, de “vencer al covid”, de “ganar la batalla”. Una batalla que sigue sumando muertos, sobrevivientes y secuelas. Y no sólo entre la población, también entre el personal médico que reclama la falta de apoyo y empatía de las autoridades y ciudadanos.
“La misma negligencia del gobierno federal, del gobierno estatal, de la sociedad en general ha mezclado esta situación en un caos en el que nos encontramos. El personal de salud lo ha dado todo y el gobierno, la sociedad civil, no ha dado nada”.
La frustración en las palabras del doctor Guillermo Montes, también presidente de la Asociación Mexicana del Tórax en Morelia, sintetizan el desgaste emocional, el esfuerzo y el agotamiento que pesa sobre el ánimo y el cuerpo del personal médico en el país, durante un año de pandemia.
A pesar de todo, ellos siguen de pie. Y estas son sus historias.
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FRENTE AL VIRUS DESCONOCIDO
La reconversión hospitalaria para la atención de pacientes con Covid-19 comenzó a finales de marzo de 2020. El propósito era sumar, en una primera etapa, 421 camas con respiradores para la atención de la zona metropolitana, pero no fue suficiente.
En mayo, cuando ya estaban saturados hospitales como el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias y el Hospital General de México, que fueron de los primeros sometidos a reconversión, las autoridades de Salud pidieron al Instituto Nacional de Neurología aceptar a pacientes con covid-19.
Allí, Paulina era residente de la especialidad de Neuropsiquiatría. Cuando comenzó junio tuvo que dejar de lado su formación, que nada tenía que ver con covid-19, para dedicarse a la atención de pacientes afectados por el SARS-CoV-2, y con complicaciones neurológicas.
“Lo que me daba mucho miedo era no sentirme capacitada para atender a esos pacientes. Cuando llegaban con dificultad respiratoria o con problemas así, yo inmediatamente trataba de llamarle a algún amigo que sé que es internista o a algún amigo anestesiólogo para que me dijera qué hacer, porque no me sentía preparada. Era una angustia total y todo el turno era ‘por favor que nadie se ponga grave hasta que yo termine mi turno’, porque además entrábamos dos al área covid, nada más”.
El Instituto de Neurología adaptó un área improvisada de hospitalización para enfermos de covid-19, que antes servía de sala de espera para familiares de pacientes en terapia intensiva. El lugar tenía un domo como techo, que concentraba el calor y ahogaba en su propio sudor a los profesionales de la salud asignados a esa zona.
Ante la falta de conocimiento en intubación, el último recurso del personal asignado a esa área era aumentar la oxigenación a los pacientes y esperar que mejoraran.
“Yo soy psiquiatra y no tengo una formación específica en reanimación pulmonar o en cuidados más avanzados. Entonces, si un paciente se ponía grave, la verdad es que era muy, muy complicado para mí saber qué hacer. Tuve que aprender desde cómo poner un poco de oxígeno, gasometrías, cosas que en psiquiatría no vemos. Y en el rol habíamos pues neuro-oftalmólogos o neuro-otorrinos que no tenemos la formación para tratar eso. Yo nunca había tenido una crisis de ansiedad y ahí, de verdad, sí sentí que eso me rebasaba”.
En Neurología, el experimento fracasó. La zona que había sido adaptada para covid-19 cerró después de dos meses y una andanada de quejas. Al tomar la decisión, las autoridades sanitarias reconocían que no había médicos entrenados para la emergencia ni capacitados para hacer frente a un virus que arremete con tanta fuerza contra el sistema respiratorio y eventualmente ataca otros órganos, como el corazón y hasta el cerebro.
El covid-19 lanzó a la mayoría del personal médico a un territorio clínico desconocido y los arrancó de su vida cotidiana. Ante el riesgo de contagio y con la angustia a cuestas, muchos dejaron sus hogares para proteger a sus familias.
A Mariana Medina la pandemia la sorprendió mientras cubría un contrato temporal en el Hospital de Infectología de La Raza. La enfermera de 27 años llegó allí en enero y su estancia terminó en septiembre. Durante esos meses, el temor de llevar el nuevo virus a su padre con diabetes la mantuvo en alerta.
“Los primeros meses fueron muy difíciles. Yo llegaba a casa con miedo por mis papás. Me llevaba ropa de civil y dos uniformes, el blanco y uno quirúrgico. Y yo llegaba a casa, me quitaba toda la ropa y así como llegaba las echaba al agua con jabón. Prácticamente en el patio, para supuestamente neutralizar ahí el bicho”.
Entre el riesgo y la soledad, Mariana optó por la segunda. Dejó a sus padres y su casa, ubicada en el Estado de México, en el límite con la alcaldía de Tláhuac, y se fue a vivir a un hotel que ofrecía alojamiento gratuito al personal médico. El gobierno federal había gestado aquel convenio en abril y para mayo, fecha en que Mariana le dio un giro a su rutina, 196 hoteles ya estaban inscritos. Mariana tuvo que compartir espacio y vivir con un montón de desconocidos. Aunque una vez le robaron su ropa, está agradecida de que en general los trataron con respeto.
“Me dio mucho miedo porque estás en un lugar que no conoces. El primer día no dormí nada. Donde yo vivo, que es en Chalco, cuando ya es noche no se escucha nada y como el hotel estaba ahí, en la avenida, pues se escuchaba todo el ruido de los carros. No podía conciliar el sueño y después dije ‘no, tengo que hacerlo por mis papás, porque son los más importantes para mí’”.
LOS RIESGOS NO CONTEMPLADOS
Durante el año de la pandemia, uno de cada cinco profesionales médicos del sector público enfermó: 224 mil de un total de 1.1 millones, según las cifras oficiales.
Hasta principios de septiembre, México era el país con la más alta mortalidad entre el personal médico en el mundo, de acuerdo con un documento de Amnistía Internacional.
La cifra actualizada al 15 de febrero por la Secretaría de Salud creció más del doble en cinco meses y registra ya 3 mil 284 defunciones. De ese total, 46 por ciento era personal médico y 19 por ciento de enfermería.
Esos números, sin embargo, no reflejan otras afectaciones que se precipitaron en el camino: impactos en la salud mental, problemas emocionales, aislamiento y frustración.
Un estudio del Centro de Investigación en Salud Mental, del Instituto Nacional de Psiquiatría, evidenció que de una muestra de mil 389 profesionales de la salud que enfrenta la contingencia sanitaria en la primera línea, la mitad sufrió en algún momento insomnio y cuatro de cada 10 padecieron depresión o estrés postraumático.
Tampoco estaba previsto, porque nadie lo hubiera imaginado, que la delincuencia se atrevería a golpear al sector médico, que recibía aplausos y serenatas en otros países, y ocasionalmente en México, por lo menos en los primeros meses.
Luis Pérez, enfermero de Nuevo León, viajó a la Ciudad de México para sumarse a los equipos médicos que atienden en el Autódromo Hermanos Rodríguez. Llegó con las emociones revueltas: sentía nervios, entusiasmo y muchas ganas de aprender y ayudar en aquel primer pico de la pandemia, que desbordaba los hospitales de la zona metropolitana. Pero su estancia apenas duró cuatro días.
“Como a las dos de la mañana me hablaron por teléfono y me dijeron que me fuera a un cuarto, donde estaban todos, que iba a haber una junta. Cuando llegamos allá había un soldado. Juntaron a la mayoría de mi equipo y ya que juntaron a todos nos dijeron que estábamos en manos de la Unión Tepito y que no nos iba a pasar nada, que íbamos estar bajo investigación y ya. Ahí nos tuvieron 17 horas. No nos trataron mal, pero fue el terror de estar encerrados, secuestrados ahí”.
El personal médico hospedado en el hotel Ambos Mundos, en Tacubaya, fue víctima de un secuestro virtual. La policía los rescató, luego de que las familias denunciaron el hecho y algunas incluso pagaron rescate. A Luis le dieron la opción de volver a Apodaca o permanecer en la Ciudad de México. No lo pensó dos veces: tomó sus cosas y regresó a casa, donde lo esperaba su esposa embarazada.
UN CHAT PARA SALVAR VIDAS
Durante la primera etapa de la pandemia, cuando poco se sabía del nuevo coronavirus, el personal de salud caminó a tientas para atender a los primeros enfermos. En aquel momento, las redes médicas fueron esenciales para beneficio de los pacientes, pues permitieron circular información entre colegas y ubicar guías de investigación.
Eso recuerda la doctora Catalina Casilla, gobernadora del Capítulo Metropolitano de la Sociedad Mexicana de Neumología y Cirugía de Tórax, un grupo que nació antes de la pandemia con el propósito de compartir conocimiento actualizado entre especialistas. Los neumólogos de esta sociedad sesionaban una vez al mes y, al comenzar la pandemia, su primera cita virtual casi colapsa: 2 mil 300 personas se conectaron ante la necesidad de información.
“O sea, fue una cosa impresionante por las plataformas. De hecho, en la primerita que tuvimos se tuvo que negar el acceso a algunas personas porque ya no había capacidad. En un inicio era mucha incertidumbre, y entonces lo que le estaba funcionando a algún médico, eso se transmitía. Por lo menos se abría una puerta en la que decían (pues no sé por decir algo), ‘hay que anticoagularlos’ y empezabas a investigar en esa área. Empezabas a buscar información específica. Entonces, era una orientación hacia por dónde teníamos que atender a los pacientes”.
Este nutrido grupo de neumólogos, provenientes del Estado México y de la capital del país, también tiene un chat en el que comparten información que busca salvar vidas.
“Tenemos un medio electrónico, vía chat, donde pues sí de repente alguien preguntaba ‘¿qué pasa con tal medicamento?, ‘¿qué experiencia han tenido con otro?’ y de repente pues también así: ‘Urge una cama para un paciente que está en tal lado, ¿quién tiene una cama disponible ya sea en sector privado o sector público?’ y de esa manera pues era una forma fácil de comunicarnos y rápida, ¿no? Aún ahora, no sé ‘no hay oxígeno por acá’, ‘¿alguien tiene un contacto de dónde se puede recargar oxígeno o concentradores?’ etcétera. Ha sido un medio fabuloso de comunicación”.
Casillas afirma que esta red de comunicación ayudó a aliviar un poco el peso de su responsabilidad ante la pandemia y, sobre todo, la impotencia.
Si los chats permitieron a los médicos compartir las incesantes novedades sobre el SARS-CoV-2, las videollamadas que a partir de junio implementaron en las áreas covid, al menos en el Instituto Mexicano del Seguro Social, sirvieron para reconfortar a familias de pacientes agonizantes, acercándolos aunque fuera a través de una pantalla a su enfermo, destaca el doctor Rafael Hernández.
“Cuando hay pacientes que están mal, muy, muy, muy mal que pueden fallecer en próximas horas y uno le dice a los familiares, ¿sabe qué?, es que su paciente ya está muy mal y puede fallecer en las siguientes horas. Y entonces, uno, un gesto es que se les hace una videollamada. Obviamente, pues el paciente ya no va a escuchar ni nada, pero se les hace la videollamada y por lo menos que vean a su familiar que está ahí acostado. Porque los familiares con el hecho de ver a su enfermo que está ahí, que está siendo atendido, que tiene los equipos que le rodean su cama, eso los conforta. Por lo menos ya tienen una idea de cómo está, en dónde está y cómo luce”.
En un año de tanto desgaste emocional, el doctor Hernández considera que cada persona recuperada es una retribución justa a su labor. Un bálsamo contra las malas noticias, dice.
“Pusimos una campana a la salida del servicio clínico y entonces cuando el paciente ya se va, toca la campana, y eso lo hacemos con el grupo de enfermeras, médicos y se la aplaude al paciente. Y entonces ahí, en ese pasillo, el paciente avanza y su familiar está al final del pasillo esperándolo. Tú ves la reacción, el gesto, que hace el familiar cuando ya se asomó su paciente que viene ahí y como se ilumina su rostro. Algunos de ellos pues sí dicen algunas palabras ahí al hospital y eso también es muy bonito, es una recarga de baterías que tenemos”.
Las palabras del doctor Rafael Hernández dispersan por un momento los polvos del desastre. En esta tragedia global sí hay héroes y heroínas, visten de blanco, están en cada clínica y hospital y siguen salvando vidas.
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