Decenas de personas de Ucrania huyeron de su país por la invasión de Rusia. Aunque su objetivo es llegar a Estados Unidos, los trámites migratorios y la demanda los llevó a refugiarse en Iztapalapa.
Perla Miranda
Lia y André empujan una carriola roja, en la que va Clif, su hijo menor, quien trata de ocultarse del sol, unos pasos adelante va Elin, su hija.
Hace 15 días que habitan el albergue para ucranianos instalado en Iztapalapa, pensaron que en una semana pasarían a Estados Unidos, pero debido a que Lia es de origen Ruso, los trámites consulares se han retrasado y no saben si podrán cumplir el “sueño americano”.
Desde niña, Lia se enamoró de las flores; le gustaba cuidarlas, verlas crecer y mirar la expresión de las personas que las recibían, por eso nadie en su familia se extrañó cuando se convirtió en florista.
En 2017, André viajó de Ucrania a Rusia para cerrar un negocio y en busca de un regalo para sus contratantes entró a una florería donde encontró al “amor de su vida”. Sin importar la rivalidad que desde hace años existe entre estos países, los jóvenes decidieron casarse. Sus hijos nacieron en Ucrania, pero la familia radicaba en Rusia.
En febrero pasado, con la invasión de las fuerzas armadas rusas a distintas ciudades de Ucrania, la pareja creyó que estaban seguros en el país liderado por Vladimir Putin, pero se equivocaron.
A fines de marzo empezaron a ser acosados porque André era visto como el enemigo, ir a Ucrania no era viable y por eso pensaron en vivir en Estados Unidos mediante el programa Unidos con Ucrania; la parada más cercana fue México.
“En el campamento son la única familia ucraniano – rusa y por ahora no están aprobando en estos casos las salidas o los visados. Lo que piden para la familia con dos nacionalidades se agilicen los procesos para conseguir los visados porque quieren salir adelante”.
Varados en México
Lia asegura que la familia está muy agradecida con México por brindarles un hogar provisional, aunque teme que su nacionalidad impida que lleguen a Estados Unidos.
Ella cuenta que no pueden regresar a Rusia porque su vínculo con André pone en riesgo a sus padres y hermanos. En Ucrania tampoco es opción porque André tendría que pelear por su país.
“Echan mucho de menos a la familia, por el hecho de estar lejos en un lugar totalmente diferente. Sin embargo, en Rusia hay muchísima propaganda a favor de las acciones rusas, que es impresionante e increíble todo lo que están diciendo en Rusia. Ella espera que su familia puedan salir de Rusia lo antes posible ante ese hostigamiento lo que quieren hacer es escapar de ahí”.
En el albergue, Lía, André y sus dos hijos comparten los días con cerca de 500 ucranianos, aunque hace unas semanas eran 597 personas habitando las carpas instaladas en el Deportivo Francisco I Madero, en Iztapalapa, alrededor de 60 han conseguido la visa estadounidense.
Hasta el 11 de mayo había 450 personas en el albergue, de los cuales 160 son menores de edad, de acuerdo con Anastasya Polo, una de las coordinadoras de Unidos con Ucrania, y el Instituto Nacional de Migración (INM).
Para que los días sean menos aburridos, Lia y André han llevado a sus hijos a la alberca con olas que está dentro del deportivo y aprovechan que las autoridades de la alcaldía les prestan juegos de mesa.
En otras ocasiones, se reúnen con otras familias para ver “cascaritas” de fútbol y recorren el albergue, eso sí, no salen del complejo porque les han dicho que la zona es peligrosa.
“Están muy agradecidos, pero sí les quema mucho el sol y los niños han tenido lesiones por el calor. En las noches, el clima es muy frío y eso también ha hecho que los niños se enfermen. Cuando llegaron les dijeron que en una semana estarían en Estados Unidos, pero siempre hace falta un documento y en la práctica son dos semanas”.
La importancia de poder comunicarse
Lia dice “gracias” y se sonroja, suelta una palabra en inglés, pero niega con la cabeza y se ríe.
La joven está aprendiendo español e inglés, María Pérez, quien nos apoya con la traducción es profesora universitaria y recién se hizo voluntaria en el albergue, su misión es que los ucranianos que así lo deseen aprendan a hablar cualquiera de estos idiomas para comunicarse mejor.
“Vengo a dar clases para ayudarles a comunicarse en México o Estados Unidos, porque lo normal en Ucrania es estudiar ucraniano y ruso. Casi nadie habla ninguno de los dos idiomas y por eso estoy aquí. Para mí la educación es lo más importante para que las personas crezcan y se desarrollen, consigan el futuro que quieren. Pienso que hay que ayudar en la medida que podamos, no solo es dinero, también es con tiempo”.
La profesora es española, pero hace años que obtuvo la residencia en México. Ella es consciente de que su situación es distinta a la de los ucranianos que viven en el albergue capitalino.
Sin embargo, sabe lo que es vivir en un lugar donde no hay familia o amigos, por eso la hace feliz ser voluntaria.
“La barrera de la comunicación es muy grande, si tú te comunicas, si tú te puedes expresar, si tienes frío, calor, hambre eso te ayuda a sentirte mejor. Si no puedes comunicar, te sientes peor. Además, es bueno poder pensar en otra cosa, hablar de otras cosas, para sobrellevar mejor esta fase de transición a una nueva vida”.
André evita hablar. En contraste, Elin suelta un “gracias” y luego grita “papá” y “mamá”. María Pérez resalta que en el albergue casi la mitad de habitantes son menores de edad.
Ellos han mostrado interés en aprender algunas palabras en español para poder jugar con los niños que viven en los alrededores los fines de semana para jugar fútbol o en las albercas.
Iztapalapa no puede ser más insegura que Ucrania o Rusia
La entrada principal al Deportivo Francisco I Madero está sobre la avenida Telecomunicaciones, incluso lonas con los colores azul y amarillo dan la bienvenida a “nuestros hermanos y hermanas de Ucrania”.
No obstante, para acceder al albergue hay que caminar poco más de 300 metros y girar a la derecha en la calle Chinam Pac de Juárez y avanzar medio kilómetro más.
A unos pasos de la entrada hay un local de tortas, Maxim pide una y espera a que el voluntario que lo acompaña indique cuál es la que quiere. No pasan más de cinco minutos y el joven ucraniano y su acompañante salen del local y caminan rápido hacia el albergue.
“Es una zona poco segura, de riesgo, es algo que se sabe, por eso las reglas del albergue es que no salgan solos. Muchos van a comprar cosas, pero piden su uber desde aquí y los dejan en la entrada. No salen solos, siempre con un voluntario que conoce la ciudad y habla español. No falta el que quiere ir por cigarros o por el refresco y salen rápido, pero regresan corriendo”.
Esta es una de las razones por las que Anastasya Polo resalta que el albergue que cuenta con cuatro carpas para dormitorios, dos que funcionan como comedor, 20 sanitarios móviles y 11 regaderas.
El albergue no permanecerá abierto mucho tiempo, aunque los ucranianos están más seguros en la Ciudad de México su objetivo es llegar a Estados Unidos.
“Hay que agradecer a los gobiernos cómo se han volcado con la situación. Ahora hablo a nombre de los ucranianos; por favor a los gobiernos agilicen todos los procesos burocráticos para conseguir los visados, porque están en una situación al aire libre. Durante el día hace mucho calor, durante la noche mucho frío, ellos agradecerán la agilización de todos los procesos de conseguir los visados”.
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