Cada una de las muertes por covid-19 trunca una historia familiar, mientras el luto sigue expandiéndose en el país, dejando una estela de afectaciones económicas y psicológicas.
Escucha aquí el tercer episodio de la serie Un año de pandemia: Memoria Colectiva de la Covid-19.
Cristina Hernández
Es la víspera de la Nochebuena de 2020. A la casa de Miriam Rivera llegan noticias de un hospital: ha muerto uno de sus tíos a causa de la covid-19. Esta será la primera de seis pérdidas que su familia sufrirá en los siguientes dos meses, como consecuencia de la enfermedad que hasta ahora ha provocado la muerte de más de 186 mil personas, a lo largo de un año.
Al tío de Miriam, le siguió la madre de éste, una mujer de 80 años que lo había cuidado antes de que lo llevaran al hospital. Ella tuvo que ser internada al día siguiente de la muerte de su hijo. Su sistema inmune resistió apenas tres días. Para entonces, la cadena de contagios ya se había extendido hacia otros dos de sus hijos. Ellos también fallecieron.
“Fue feo, sobre todo para ese núcleo familiar ha sido muy, muy difícil, porque prácticamente se fueron toda la familia, todos los hermanos, nada más quedan dos tíos de todos ellos”.
“Sí se deprimieron un poco. Mi abuelito, incluso, se puso un poco mal como de salud porque sí fueron como muchas muertes en poco tiempo, pero pues ahí vamos saliendo y pues valoras un poco las cosas y las personas que te rodean”
El luto siguió extendiéndose sobre la familia de Miriam con la muerte de una tía que falleció a mediados de enero y un tío más que la siguió solo una semana después, luego de haber peleado contra la enfermedad durante un mes en el hospital.
La muerte es, sin duda, el costo más caro de la pandemia para miles de familias que ni siquiera pudieron despedirse de los suyos u organizar un funeral. El virus les quitó hasta el consuelo del último adiós.
CONVIVENCIA FAMILIAR, UN RIESGO SILENCIOSO
La experiencia de un año de pandemia ha confirmado que el SARS-Cov-2 aprovecha la confianza entre familiares para esparcirse. De allí que los especialistas han advertido de los riesgos de la convivencia en familia.
Un estudio aplicado por la JAMA Netwok, de la Asociación Americana de Medicina, alertó que los hogares son uno de los ámbitos de mayor riesgo para la transmisión del SARS-Cov-2. Las autoridades sanitarias estadunidenses también lo confirmaron. Un estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos comprobó que 53% de las personas que vivía con alguien con covid-19 se infectó en una semana.
Las estadísticas oficiales, por su parte, aportan los rasgos más comunes entre las víctimas de la enfermedad en el país: seis de cada 10 son hombres y la mayoría tiene entre 60 y 69 años, según datos de la Secretaría de Salud.
Además, desde la primera etapa de la pandemia las autoridades sanitarias se percataron de una vulnerabilidad más entre quienes no habían resistido a la enfermedad: casi la mitad tenía alguna comorbilidad como hipertensión, diabetes y obesidad.
A los riesgos individuales se suman otros factores como la densidad de población y el acceso a servicios médicos y hospitalarios de cada región. Estas diferencias están en el Atlas de Vulnerabilidad ante la Covid-19, en el que colaboró Ana Rosales, investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM.
“Sí resaltan ciertas zonas, principalmente con la vulnerabilidad crítica y muy alta en donde se distingue muy claramente que la parte sur y sureste del país principalmente el sur de Guerrero, gran parte de Oaxaca, también la parte noreste de Chiapas y gran parte de Yucatán se encuentran en una calidad de vulnerabilidad crítica”.
“Esto puede ser porque concentran poblaciones en altos grados de marginación, también ubican que son municipios con una alta vulnerabilidad en cuestiones de salud por una falta de accesibilidad a unidades médicas o la tasa de médicos y enfermeras puede llegar a ser muy baja”.
Pero al parecer nada potencia más la virulencia del SARS Cov-2 que la densidad de población. Las concentraciones y las multitudes son dispersores de contagios y con ese rubro toparon la Ciudad de México y su zona metropolitana, donde se concentra el mayor número de fallecimientos.
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HISTORIAS DETRÁS DE LAS CIFRAS
Cada una de las más de 186 mil muertes por covid-19 trunca una historia familiar. Margarita e Ignacio tenían 58 años de casados, cuando él falleció por la enfermedad, en octubre de 2020.
Ignacio y Margarita se habían conocido un año antes de su matrimonio, en la fábrica de cerillos “La Imperial”. Ella trabajaba en el comedor de la planta y él como obrero. Juntos compraron un departamento en la Alcaldía Gustavo A. Madero, donde criaron a sus cuatro hijos y después cuidaron a seis nietos y un bisnieto.
Él contrajo la enfermedad cuando visitó a un hermano que también falleció víctima de la covid-19. Margarita ni siquiera pudo despedirse de su esposo.
“Eso es lo que extraño: verlo, abrazarlo, estar ahí con él; cuando estaba enfermo, estaba yo con él, digo, uno se acostumbra, aunque sea a verlo, diario, que nos da permiso Dios de verlos, pues así que lo extraño yo que pues se salía, subía a la azotea o estaba aquí en la casa y aquí estábamos. Él cuando subía a la azotea ponía su música, allí había su grabadora y ponía muchas de La Santanera, de Pedro Infante, de Julio Jaramillo, me ponía mucho Rondando tu esquina”.
“Una máquina creadora de viudas”. Así llama el Fondo Mundial de Viudas a la pandemia de covid-19. Desde los primeros meses de la pandemia advirtió sobre la vulnerabilidad asociada a la viudez y la falta de respuesta de los gobiernos. No es nuevo, la ONU detectó que en pandemias previas como el VIH y el ébola tampoco hubo apoyos para ellas.
Ignacio era un soporte para su familia. Con su pensión, se mantenían él y su esposa y a su vez apoyaba a sus hijos y nietos con algunos gastos.
Después de su muerte, la familia enfrentó días difíciles. Todos se contagiaron de covid. Margarita presentó síntomas leves a pesar de su edad. Un estudio publicado en la revista Biolife concluyó que el sistema inmune de las mujeres es menos susceptible a las infecciones por virus. Esto se refleja en las tendencias mundiales de muertes asociadas a covid-19. Los hombres resultan los más afectados y, por lo tanto, las familias que dependen de ellos.
En México, el gobierno federal ofreció apoyos de 11 mil 460 pesos para gastos funerarios de las familias. Aunque no hay cifras oficiales sobre el número de apoyos entregados, Margarita se cuenta entre quienes nada han recibido, aunque se registró para obtenerlo.
“Dijeron que iban a dar de los apoyos y ya nos apuntamos desde cuándo, pero no, que iban a dar 11 mil pesos, no sé cuánto, pero pues no, nada”.
En cambio, sí pudo acceder a la pensión de su esposo. No toda, porque la Ley del Instituto Mexicano del Seguro Social establece que sólo puede recibir 90 por ciento del monto. El impacto en sus ingresos se reflejó en la vida familiar.
REPERCUSIONES DE LA COVID-19 EN LA VIDA DE LAS MUJERES
“Mi esposo cubría todos los gastos de la casa, él nunca permitió que yo trabajara, ahorita sí he tenido la necesidad de trabajar, trabajo en casa, de limpieza, con una de mis primas, ayudo a cuidar a sus niñas y la verdad pues sí me paga más o menos bien”.
Esmeralda, de 44 años, también perdió a su esposo. Con su muerte, la familia se quedó sin ingresos. Esta es una situación asociada a la viudez, que aumenta el riesgo de las mujeres a caer en pobreza, advierte el Fondo Mundial de Viudas.
Las repercusiones para las mujeres no terminan allí. Esmeralda ha tenido que salir a trabajar y al mismo tiempo desempeñar labores de cuidados. A esta actividad no remunerada las mujeres le dedican hasta 39 horas semanales: el triple del tiempo que le dedican los hombres.
“Tengo dos hijas, ellas son madres solteras; mi hija la más grande es maestra y da clases en línea; mi hija, la más chica, tiene 24 años y es la que padece miastenia gravis. Gracias a Dios mi esposo nos dejó dónde vivir, ahorita nada más nos preocupamos por los medicamentos de mi hija y la alimentación, los gastos de la casa, como son pagos de teléfono, luz, agua, cosas así”.
DUELO E IMPACTOS PSICOSOCIALES
A las posibles afectaciones económicas que deja la muerte de un familiar, se suman los impactos psicosociales. Margarita y Esmeralda y Miriam lo saben, lo han padecido. Particularmente Miriam, que perdió a seis familiares por la covid.
Después de la muerte de sus tíos, comenzó a experimentar miedo. Una sensación que los expertos han identificado que aumenta en las condiciones de aislamiento social obligadas por la pandemia, de acuerdo con los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos.
“Me puse a pensar la última vez que nos vimos, cuando platicamos, incluso mi tío que falleció la semana pasada, recordé que todavía hablé por teléfono con él justo el día que falleció mi tía abuela y es feo pensar que la última vez que supe de él fue en ese momento. Pero, desde que pasó lo de mis tíos como que me dio más miedo, regresó ese miedo, bueno regresó y como que se duplicó de lo que sentía como al principio de la pandemia”.
El duelo por la pérdida de un familiar tiene diversas manifestaciones y afecta todos los aspectos de la vida: las creencias, las relaciones y la cotidianidad. También provoca malestares físicos, dice la psicoterapeuta y tanatóloga Francesca Caregnato.
Pero es un proceso que se afronta de manera individual. No hay tiempos ni patrones determinados para superarlo. El mayor riesgo es que si no se atiende puede derivar en cuadros clínicos de depresión, alerta la Secretaría de Salud. Ese ha sido otro impacto de la pandemia.
“No tiene un tiempo definido, además, no es como cuando preparamos una receta de algo, iniciamos y terminamos la receta cuando tenemos el platillo enfrente y lo comemos, entonces como el proceso de preparación y cocción que tiene un inicio y un fin, aquí no. Es algo que nos marca de por vida y con lo cual, aprendemos a vivir, es decir, aprendemos a vivir con esta pérdida y eventualmente, poco a poco, el sufrimiento va tomando formas distintas, va tomando un peso diferente a nuestra vida”.
Hacer consciencia de su dolor y de la pérdida es el primer paso para asimilarlo y adaptarse, dice la tanatóloga.
“Reconocer lo que se está sintiendo y las dificultades que se están sintiendo y reconocerlo es poder tener esta conciencia de tirarme y decir: me siento muy triste, me siento sobre pasada, me siento no sé qué hacer, no sé cómo procesarlo. No todo el mundo es bueno para todo, entonces, tratar de compartirlo, verbalizándolo, hablándolo, con alguien que no quiera cambiar nuestro discurso, que no quiera tratar de hacernos sentir bien, alguien que esté cómodo frente al dolor”.
El dolor ahora puede encontrar salida también en el espacio virtual. Alrededor del mundo, las personas han creado memoriales que dan nombre y rostro a cada víctima de la covid-19. Recordarlos es revivir su memoria y evitar que la devore una cifra en la estadística.
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