Con jornadas dobles y hasta triples y sin una remuneración adicional, en el campo, en las calles y en sus casas las mujeres mexicanas mantuvieron al país en pie.
Escucha las historias de Cecilia, Brenda, Gila y Cinthya.
Por Aura García y Montserrat Sánchez
Para alimentar al país es necesario el trabajo de más de seis millones de personas. La seguridad en las ciudades necesita más de 250 mil policías. El cuidado de pacientes en hospitales y clínicas requiere de casi 300 mil personas de enfermería. Y a la educación de niños, niñas y adolescentes están dedicadas un millón de personas con preparación docente.
En estas, como en todas las actividades que mueven al país, el trabajo de las mujeres es indispensable, pero todavía poco reconocido… Sin embargo son ellas, las mujeres, quienes más trabajo, tiempo y esfuerzo han aportado en estos largos meses de pandemia.
Si el confinamiento frenó la marcha de México, ellas redoblaron el paso desde sus casas. A su actividad laboral y en el hogar, sumaron más responsabilidades, como la educación de sus hijos e hijas, y el cuidado de sus enfermos y familiares más vulnerables ante la Covid-19.
Desde sus casas, en las calles y en los campos, millones de mujeres mantuvieron funcionando al país, en medio de la crisis sanitaria. Las historias de Cecilia, Brenda, Gila y Cinthya hablan por ellas.
Jornaleras, alimentar a México en la precariedad
Celia de Jesús Hernández trabaja en un cultivo de arándanos en Sinaloa, de donde cada año salen toneladas de hortalizas, semillas y verduras hacia distintos puntos del país y al extranjero.
Ella es una de las más de 300 mil mujeres dedicadas a la agricultura, que siguieron en el campo mientras otras actividades, como la minería, el turismo y los servicios, tuvieron que hacer pausa a consecuencia de la pandemia.
Gracias a su trabajo, y aun en medio de esta crisis, la producción de alimentos registró un crecimiento de 3 por ciento, de acuerdo con la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural. Pero a Celia y su familia, las jornadas se les alargaron.
«Salimos tarde, uno llega cansado, tengo una de mis hijas que me apoya en casa con las tareas de aquí con la casa, me ayuda con la tarea del niño porque tengo un niño de seis años, ella ayuda a hacer su tarea, en la casa con los quehaceres, llego yo y hago la cena y es todo».
Históricamente, el trabajo en el campo ha sido precario. Nueve de cada diez personas jornaleras carecen de contratos. Tampoco cuentan con acceso a seguridad social. El 85 por ciento carece de prestaciones laborales, de acuerdo con la Secretaría del Trabajo y Previsión Social. Durante la pandemia hubo apoyos, pero la crisis económica recortó las ayudas.
«Ahora que estamos viendo estos días cómo difícil gracias a Dios sí me llegó el apoyo de una tarjeta de puro alimento nada más que al principio daban 350 y ahorita le bajaron y dan 200 pesos, pero aún así estoy agradecida por cualquier ayuda con eso nos ayuda de lo que dan del apoyo.»
Celia, como la mayoría de la población jornalera, comenzó a trabajar desde niña. No pudo estudiar, como sucede con la mayoría de los y las jornaleras, quienes alcanzan una escolaridad promedio de 5.9 años, tres años menos que el resto de la población. Superar esa brecha es una meta que Celia se trazó en esta pandemia.
«Ahorita estuve un tiempo estudié. No me recibí, pero me van a dar mi certificado de prepa. Lo terminé en línea y también porque se ocupa este requisito no lo piden pero es algo que de niña no estudié, pero es lo que a mi me marcó que quería sacar la prepa a ver cómo, pero gracias a Dios ahorita sí la saqué así por línea, lo único que cambió en mi vida desde el trabajo de campo.»
Las circunstancias de Celia advierten de la necesidad de fortalecer un sistema de cuidados que permita a las mujeres desarrollarse desde la niñez, dice Ferreyra Beltrán, directora de Autonomía y Empoderamiento para la Igualdad Sustantiva, del Instituto Nacional de las Mujeres.
«El gobierno tiene una responsabilidad de articular cómo hacer esa redistribución y cómo lograr aumentar la oferta de cuidados en estos grupos, menores de 0 a 5 años de adolescentes, de adultos mayores que necesitan cuidados y las personas con discapacidad, un mapeo de las formas de dependencia y crear quién va a hacer qué para dar esta solución de manera progresiva, cómo liberar el tiempo de las mujeres para que desde niñas puedan continuar su escuela, acceder a estudios universitarios, desarrollar tiempos de vida, eso que llamamos el derecho al futuro, tiempo para descansar y el autocuidado.»
Ser madre, maestra y cuidadora
Organizar tiempos y asignar a sus hijos un rol en actividades del hogar ayudó a Gila a superar los desafíos de ser maestra, madre y cuidadora.
«Pues para mí fue un bombardeo. Me sentí un poco estresada porque, quieras o no, era en conjunto ser ama de casa, ser mamá, ser maestra y también ser enfermera porque tengo también a mi hermana a mi cuidado. Entonces, la verdad decía ‘¿Qué voy a hacer?’ En primer lugar, sí tuve que sentarme, meditar y pensar qué era lo mejor y lo idóneo para mí, para mis hijos, para mis alumnos y para mi familia.»
A cumplirse un año del cierre de escuelas, ella admite que antes de la pandemia usaba poco la computadora. El anuncio de las clases virtuales la llevó a replantear sus estrategias de enseñanza.
«Les he preguntado qué les gustaría hacer. Por semana voy yo comentándoles quiénes van a participar para que digan chistes, adivinanzas, hacemos activación en la clase y por ejemplo algo que les llamó mucho la atención fue que estamos haciendo ceremonias frente a la bandera, haciendo el himno y cantando el toque de bandera. Eso hace que los motive.»
Gila, como miles de mujeres, asumieron más responsabilidades durante la pandemia. Sin embargo, el acompañamiento de sus hermanas y de las madres de sus alumnos, le ayudó a sobrellevar las extraordinarias circunstancias.
Un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe expone que casi la mitad del trabajo no remunerado está relacionado con labores de cuidados. La mayoría de estas actividades recae en las mujeres, explica la politóloga feminista Carmen Díaz.
«Los trabajos de cuidados son aquellos que se realizan para preservar la existencia humana, Es decir, todo lo que pasa dentro del hogar para que cada integrante esté cuando menos comido y vestido. Trabajos de cuidado también se consideran los que se hacen hacia personas enfermas, hacia personas ancianas, hacia los infantes. Es decir, personas que por sí solas no podrían sobrevivir debido a su dependencia hacia otra persona y esta otra persona regularmente son mujeres y encontramos a enfermeras, psicólogas, amas de casa, trabajadoras del hogar, maestras, niñeras, vendedoras, limpiadoras.»
Los cuidados más allá del propio hogar
Ocho de cada 10 personas dedicadas a la enfermería en México son mujeres, de acuerdo con la Secretaría de Salud. Cinthya forma parte de ese universo de manos femeninas que apuntaló la salud en el país. Su caso es particular porque ella trabaja a domicilio. La pandemia no solo la dejó sin trabajo. También la llevó al divorcio y la enfrentó con el desafío de sostener su hogar.
«Yo ya llevaba casi un mes sin trabajar y ahí me hablan para dos pacientes con Covid. Y te pasa todo por la cabeza ‘tanto me he cuidado’ y muchas cosas. Pero dije: ‘pues no hay de otra. Tengo que trabajar. Tengo que salir adelante. Yo tengo pues un pequeñito, tengo que hacerlo todo por él’. Y ahí es cuando me animo. Dije sí. Acepté el trabajo y me fui a cuidar a dos adultos mayores de 93 y 91 años.»
Su hijo le pidió que rechazara el trabajo, por el temor a quedarse solo, pero Cinthya lo aceptó por necesidad. Para cumplir con jornadas de tiempo completo dejó su casa durante un periodo de 14 días. Y sus dos pacientes se recuperaron, pero al volver, encontró que una de sus tías enfermó y ella intentó velar por su cuidado. Antes ya lo había hecho con la mamá de su expareja.
La politóloga y activista Carmen Díaz destaca que la medición de las labores de cuidado es diferenciada entre hombres y mujeres, ya que los primeros asumen que su género los exime de atender dichas cuestiones.
«Tenemos mujeres que se levantaban a las 5 o 6 de la mañana y se dormían hasta las 12 o una de la mañana sin descanso alguno. Para medir este trabajo lo que INEGI ha propuesto es medirlo en pesos. Por ejemplo, si a una una mujer se le pagará por todo este trabajo de cuidado ganaría prácticamente 60 mil pesos en un año. Mientras que un hombre si contabilizamos su trabajo de cuidado únicamente ganaría 24 mil pesos.»
Mujeres policías, guardias en las calles y el ciberespacio
En las oficinas de la Policía Cibernética de la Ciudad de México, las medidas para evitar contagios obligó a cambios en las dinámicas de la corporación. Las mujeres embarazadas y en periodo de lactancia se fueron a casa y el resto se quedó, asumiendo nuevas cargas de trabajo.
Así lo relata la agente Elizabeth Melchor, quien tiene 10 años en la Policía Cibernética.
«Estuvimos con jornadas un poquito extenuantes precisamente para tratar de buscar información que nos llevara a poder canalizar la información a las áreas competentes y posteriormente nosotros continuar con nuestra labor cibernética. Al principio de la pandemia sí fue un poco complicado ese aspecto porque tanto eran saqueos y teníamos las páginas con venta de artículos relacionados a la pandemia.»
La sobrecarga laboral impactó en su disponibilidad de tiempo para continuar sus estudios. No obstante, Elizabeth asegura que es una satisfacción saber que su trabajo pudo evitar que alguna persona cayera en un fraude o que los estudiantes a los que dan pláticas ahora disponen de mecanismos para navegar de manera segura en internet.
Ferreyra Beltrán, directora general de autonomía y empoderamiento para la igualdad sustantiva de Inmujeres explica que la sobrecarga de trabajo de las mujeres ya existía en el país pero empeoró a causa del Covid-19.
«Antes de la pandemia ya hablábamos de un concepto que es la pobreza del tiempo de las mujeres, no tienen tiempo que les sobre o tiempo para dedicar a actividades que sean de su elección y eso es la miseria de tiempo, ya estamos en una situación de déficit de tiempo, mujeres que están cargadas, necesitan políticas que les quiten esa carga que pesa sobre su vida, cuerpo, mente y estabilidad.»
Acostumbrada a jornadas de 24 horas de trabajo por 48 de descanso, el cambio más drástico que vivió la policía Brenda Santiago en sus jornadas diarias fue adoptar las medidas para protegerse de un posible contagio.
«Fue algo fuerte para nosotros como policías, a fin de cuentas la pandemia está y nosotros tenemos que estar en vía pública sin saber qué persona está contagiadas, quienes no y pues si si hay que prestar auxilio a la ciudadanía pues no sabemos si están contagiadas o no y poder nosotros también contagiarnos y llevarlo a nuestras familias, es un poco difícil como servidores públicos, estamos todo el día en vía pública y no sabemos en qué momento nos podemos contagiar.»
De marzo a diciembre de 2020, en las corporaciones policíacas del país se han registrado 4 mil 828 contagios y 702 muertes, de acuerdo con la organización Causa en Común.
Adscrita a la unidad de policía metropolitana femenil Atenea, Brenda realiza sus labores principalmente en las calles. Quedarse en casa no era opción, pero pronto adoptó medidas como el uso de cubrebocas y careta protectora.
«Lo que nos decían nuestros mandos era que tomáramos un baño antes de salir de las instalaciones para evitar cualquier tipo de contagios en casa y las jornadas eran iguales, los mismos servicios, no cambiaron en mucho. Desgraciadamente no, simplemente nos dicen que le echemos ganas y que nos dan su respeto por seguir laborando en este tiempo de pandemia es lo único que se nos ha dicho.»
A pesar de la falta de reconocimiento de sus superiores, Brenda asegura que la satisfacción de atender a la población y la posibilidad de continuar con su formación hacen que salga a las calles para cumplir con su labor: cuidar la ciudadanía.
Las mujeres extraen fuerzas de la adversidad. La falta de apoyo del Estado, a veces de sus parejas o familias, las hace asumir solas tareas que deberían ser compartidas, o al menos apoyadas. En México no es así. Ellas, sin embargo, siguen adelante, y con su esfuerzo ayudaron a mantener este país de pie.