En la Casa del Peregrino, donde han pasado las primeras horas, las personas migrantes narran los obstáculos del recorrido y el enfrentamiento con las autoridades.
Adriana Esthela Flores
Para la caravana, fue el colmo. La presencia de un agente del Instituto Nacional de Migración en la Casa del Peregrino fue considerada por las y los migrantes como una burla, un acto de provocación, así que, a punto de terminar su primera jornada en la Ciudad de México, decidieron expulsarlo.
El funcionario federal, que llegó para entregar enseres a la comunidad, concentró el rechazo de decenas de personas migrantes que, desde el inicio de la caravana, compartían la misma herida: las denuncias contra el INM y la Guardia Nacional por maltrato, persecución, acoso y estigmatización.
Lo dejaron claro desde que entraron a la Basílica la noche del domingo12 de diciembre, la misma noche en que habían enfrentado a policías capitalinos en el Puente de la Concordia.
Lo más difícil del viaje, dijo Ani Romero, madre de tres hijos, originaria de Honduras, fue enfrentar lo que las corporaciones decían de ellos.
“Han dicho muchas cosas que es mentira sobre la caravana, siempre dicen que la caravana es mala y cuando llegamos a un pueblo la gente corre y cierra negocios”.
Luis, un mecánico de 26 años originario de Guatemala, también enfrentó las mismas tácticas del instituto.
“Se adelantaban a decirnos que veníamos robando, que veníamos haciendo cosas malas, cosas que nada que ver con nosotros. Ellos pasaban primero diciendo todo eso y cuando nosotros llegábamos y queríamos comprar, la gente nos decía que está cerrado porque ustedes son ladrones”.
Aunque quizá el daño más severo fue el que presentó Sara Valdez, atropellada por un vehículo de Migración el sábado 11 de julio, en Río Frío, Puebla.
“Una unidad de Migración me arrolló, o sea, estábamos ya descansando en una gasolinera y busco algo que comer. Yo veo que pasa una, pero la segunda ya no vi de dónde salió, me arrolló y estaba en el piso tirada y ya había perdido el conocimiento”.
La caravana descansa
Pero había que seguir el viaje que inició a finales de octubre en Tapachula, Chiapas.
Agrupada en cuatro carpas que fueron habilitadas como dormitorios, la caravana migrante descansó y trató de sanar las heridas de caminar centenares de kilómetros y enfrentarse a la policía: llagas en los pies, hinchazón en las piernas, dolores en el cuerpo.
Ahí estaban, por ejemplo, la señora Ángela, hondureña, lastimada en una rodilla tras la trifulca con los policías; Elizabeth Gómez, quien se desmayó durante el incidente, y Brenda Martínez, quien esquivó una pedrada con su brazo.
“No nos dejaban pasar, nosotros quisimos romper barreras y empezaron a tirarnos gas lacrimógeno y piedras y nos pegaban con el escudo. Venía con mi esposo y a él también le echaron gas lacrimógeno en la cara y como él es epiléptico pues me dio no sé qué. A mí me empujaron con los escudos y caí encima de otra señora”, narra Ángela.
76 menores en la caravana
Junto a las carpas y tendidos de cobijas, el sello del contingente: las carriolas, símbolo de 76 niñas y niños que vienen a bordo de este viaje. La más pequeña tiene seis meses. Y en estos días, la cifra podría aumentar, dijo Carlos Ulloa Pérez, secretario de Inclusión y Bienestar Social del gobierno capitalino.
“El número podría variar porque me han comentado que estarían llegando en el transcurso del día otras personas, pocas, pero de a dos, llega una familia por la tarde. Es el promedio general. Por la capacidad instalada con este número estamos bien para atenderlos”.
Cuando llegaron al albergue, las y los niños presentaron enfermedades respiratorias, desnutrición, lesiones de la piel y diarrea. Nada de esto les impidió jugar ni exigir a gritos tenis y suéteres.
Los regalos no faltaron: llegaron mochilas, bolsas con dulces, palanquetas, gorros y guantes y, lo más esperado, arroz, tinga, comida caliente.
Familias migrantes llegan con menores en carriolas al albergue.
Rechazan operativo anticovid
Pero a las y los migrantes no les gustó el operativo de salud que implicó 80 pruebas de covid-19, vacunas contra el coronavirus y la influenza, sanitización y uso de cubrebocas, como lo dijo Liliana.
“Hablamos de que no vamos a obligar a la gente a hacerse la prueba porque en general no es necesario y tampoco vamos a obligar a los niños a hacerse las pruebas. No queremos que sigan viniendo y nos sigan acosando, es como un acoso, ni que nos traten mal. El que quiera, voluntariamente, que se lo haga”.
Nada que no pudiera resolverse a través del diálogo, el mismo que solicita el coordinador de la caravana, Irineo Mujica, al subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaria de Gobernación, Alejandro Encinas.
Hay dos objetivos: resolver necesidades de la caravana y construir una propuesta migratoria. Que ellas y ellos hablen, dijo Mujica.
Por ahora, hay dos encuentros pendientes: una asamblea con activistas y organizaciones pro migrantes y una reunión con la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Rosario Piedra. En la Casa del Peregrino, cubierta por carpas, lonas, cobijas, cartones o plásticos, la caravana aguarda el siguiente punto de su larga ruta.