Muchas familias de víctimas de feminicidio en México viven desplazamiento forzado ante las amenazas por exigir justicia. Es el caso de Flora Marcelo y sus hijas, tras el feminicidio de su hija Ayelin en Guerrero.
Escucha nuestro especial
Hazel Zamora
Son más de las 5:00 de la mañana y el Sol aún no sale. Flora Marcelo revisa su teléfono sentada bajo la única lámpara que ilumina el plantón donde vive en la Ciudad de México.
El refugio está improvisado con lonas, tablas, palos de madera y muebles reutilizados. A pocos metros, se encuentra la Secretaría de Gobernación.
Flora no ha dormido bien; le preocupan sus dos hijas, Ana*, de siete años, y Daniela*, de 21. Viajarán esta mañana a Tixtla, su pueblo natal en Guerrero.
Es la primera vez que regresan en 4 años, desde que fueron forzadas a desplazarse tras el feminicidio de su hija, Ayelín Iczae Gutiérrez.
“Hoy 15 de octubre del 2024, hoy se cumplen cuatro años del feminicidio de mi hija Ayelin, de 13 años de edad”.

Flora Zamora y sus dos hijas viven desplazadas en un plantón improvisado en Ciudad de México. Fotos: Hazel Zamora
Es un regreso doloroso y riesgoso, pero lo harán acompañadas de un grupo de mujeres que se solidarizaron con su lucha por justicia.
Una a una llegan al plantón, cargadas con bolsas de alimentos para el viaje, pancartas y flores para la jornada de protestas que planearon en Tixtla, Guerrero.
Todas se suben a una camioneta blanca proporcionada por la Secretaría de Gobernación. Su presencia hace que Flora esboce una sonrisa.
Flora Marcelo: ¡¿Cómo vamos?!
Mujeres: ¡Muy bien!
El feminicidio de Ayelin
Flora llegó a Tixtla a los 16 años. En este territorio, cuyo nombre en náhuatl significa “masa de maíz”, formó una familia y vivió como madre autónoma junto a sus tres hijas, gracias a un negocio de reciclaje que emprendió.
Pero su vida dio un giro el 15 de octubre de 2020, cuando Ayelin, la segunda de sus hijas, desapareció.
“Yo voy a mi trabajo como un día normal como cualquier otro día y entonces le pido a Ayelin que llegue a la casa de mi novio, que nosotros estábamos ahí, y vamos a comer y todo, y pues ella no llegó”.
Cuando Flora denunció la desaparición de Ayelin en la Fiscalía de Justicia de Chilpancingo, el personal le sugirió que su hija “se había ido con el novio”.
Tras largos trámites burocráticos y horas de espera, finalmente emitieron la Alerta Amber para intentar localizarla.
Cuatro días después, fueron los propios familiares de Flora quienes encontraron restos de Ayelin cerca de su casa.
Indignadas por el feminicidio infantil, las mujeres guerrerenses salieron el 21 de octubre a protestar en la capital del estado.
Cuando la marcha se acercaba a la Fiscalía, el entonces compañero de Flora fue secuestrado. Ella estaba dentro cuando su hermana corrió a alertarla.
“Dice ‘vámonos de aquí, vámonos de aquí’. Entonces ya la MP dice ‘tranquila, señora, yo creo que fueron mis compañeros, ellos se lo han de haber llevado porque ellos tienen otra manera de pedir declaración’”.
Más tarde, el personal de la Fiscalía le aseguró a Flora que su pareja no había sido detenido por ellos.
Pasaron varios días antes de que él regresara con vida, pero con un mensaje de sus secuestradores: Flora debía abandonar sus demandas de justicia.
Con el duelo presente, Flora tomó a sus hijas y dejó atrás su vida en Tixtla para protegerlas.
“Saqué a mis hijas de su propia casa como si nosotros hubiéramos hecho el daño. Las tuvimos que sacar en sábanas para que nadie las viera”.

Flora Marcelo y mujeres que la acompañan en su lucha limpian la tumba de su hija Ayelin, víctima de feminicidio infantil en 2020. Foto: Hazel Zamora
De vuelta a Tixtla
Cerca de las 10 de la mañana, Flora, sus hijas y las activistas llegan a su destino.
“Estamos en Tixtla de Guerrero, Guerrero. Este es un municipio pequeño, de gente trabajadora, honrada, pero también donde impera el crimen organizado”.
Tixtla es una tierra cálida. Lo primero que llama la atención son las pancartas con los rostros de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos de manera forzada en 2014. A la entrada del municipio se encuentra la Escuela Normal Rural ‘Raúl Isidro Burgos’.
Unos metros más adelante, dos camionetas de la policía estatal, llenas de elementos armados, esperan a Flora y sus hijas para cuidarlas durante su visita.
Las condiciones de inseguridad aún son graves. Semanas antes, a 17 kilómetros de allí, el alcalde de Chilpancingo fue asesinado. Y en las plazas públicas aún recolectan víveres para los afectados por el huracán John.
La primera parada de Flora y sus hijas es el cementerio donde descansa Ayelin.
“Me siento con sentimientos encontrados. Hace cuatro años sepulté a mi hija. No había venido a visitarla al panteón, a traerle flores, pues estaba un poco abandonada su sepultura.
Al llegar, las activistas comienzan a remover la tierra para sembrar unas plantas, limpian y pintan la lápida.
Lo hacen en silencio, bajo el Sol abrasante. Un montón de libélulas vuelan sobre ellas, mientras un grupo de músicos lugareños las acompañan con canciones.
Ana, la más pequeña, coloca un rehilete, una vela y la fotografía de Ayelin en la tumba.
“Era una niña alegre, feliz, amaba la vida. Ayelin era muy inteligente, ya que quería pertenecer a la Marina, le gustaba hacer acrobacias para alcanzar la estatura. Era muy cumplida en todo, en la escuela, en la casa, era una niña de hogar”.
¡Justicia para Ayelin!, gritan activistas para pedir justicia, mientras Flora envuelve a sus hijas en un abrazo.

Tumba de Ayelin, víctima de feminicidio infantil en 2020 en Tixtla de Guerrero, Guerrero. Foto: Hazel Zamora.
Los impactos del desplazamiento
En México, los feminicidios están vinculados al desplazamiento forzado de las familias de las víctimas. Esto ocurre especialmente en contextos de criminalidad e impunidad donde las amenazas se trasladan a ellas, como en el caso de Flora y sus hijas.
“Nosotras nos fuimos de aquí, pero no nos fuimos porque asesinamos a alguien. Nos fuimos porque a nosotras nos hicieron un mal y nos fuimos por la seguridad de mis niñas que aún siguen conmigo”.
Según la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, en el país habría al menos 356 mil personas desplazadas internamente por la violencia. Aunque la cifra podría ser mayor, ya que solo representa los desplazamientos masivos ocurridos entre 2006 y 2020. Tampoco se sabe cuántos están relacionados a un feminicidio.
El desplazamiento de Flora refleja cómo las familias que abandonan sus comunidades pierden sus casas, patrimonios y trabajos.
Por esta razón, Flora y sus hijas viven en un plantón en la Ciudad de México.
“Aquí tenía yo mi casa, mi estabilidad, regresar a un lugar donde pues no tengo nada, no tengo absolutamente nada, es algo triste. Yo sí quisiera que en algún momento tener ya un lugar donde pueda continuar una vida, con mis hijas o que mis hijas continúen una vida tranquila”.
En el caso de las infancias, es común que pierdan el acceso a la educación, la salud e incluso su libertad, ya que viven escondidas para autoprotegerse.
A pesar del desarraigo, Daniela, la mayor de las hermanas, ha intentado reconstruir su proyecto de vida y estudia derecho para acompañar otros casos de violencia de género.
Por su parte, Flora solicitó a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) apoyo para la alimentación y vivienda de sus hijas, pero hasta la fecha se lo han negado.

Amigas de Ayelin, ahora de 17 años, sostienen un cartel para exigir justicia por le feminicidio de la menor. Foto: Hazel Zamora.
Final de la visita
La visita de Flora a Tixtla termina con una manifestación en la plaza municipal, donde instalaron una antimonumenta para recordar y denunciar este feminicidio infantil.
Tres amigas de la infancia de Ayelin, ahora de 17 años, se reúnen allí y cargan la manta con la foto de su amiga para exigir justicia. También familiares de Flora aprovechan la visita para saludarla.
Las activistas dan un taller a las niñas que juegan en la plaza, todas colorean y llenan de estampas y brillantina la silueta de una niña con el puño arriba que representa la justicia.
Es un momento amargo. En unas horas regresarán a la Ciudad de México, pero esta visita les ha dado un segundo aliento para continuar su lucha.
“A la vez me siento, no sé, siento que ahí está conmigo, en todo momento. Siempre lo he sentido así y hoy más que nunca lo siento, no me siento con miedo, no me siento asustada, me siento bien”.
*Los nombres de las infancias fueron cambiados para protegerlas.
Te recomendamos:
Angélica Juárez, la mujer que lucha contra la anticoncepción forzada en México






